miércoles, 18 de enero de 2012

Gustav Leonhardt, el holandés impasible

[Gustav Leonhardt al frente de la Orquesta Barroca de Sevilla en el Teatro Villamarta de Jerez en diciembre de 2007]
Uno de los músicos más influyentes del último medio siglo, el holandés Gustav Leonhardt falleció en el mediodía del pasado lunes 16 de enero en su casa de Ámsterdam a los 83 años de edad. Nacido en la ciudad norteña de ‘s-Graveland en 1928, el nombre de Leonhardt está ligado de forma decisiva a la revolución que en la interpretación de la música anterior al Clasicismo se produjo tras la Segunda Guerra Mundial y que andando los años habría de cambiar por completo el panorama musical europeo.

El uso de instrumentos de la época en que fue escrita la música (o de copias fidedignas de ellos) y la restitución del estilo interpretativo original se sustentaba en una filosofía de trabajo que traería consigo, en efecto, una renovación absoluta de los repertorios antiguos y la manera de afrontarlos. En este sentido, Leonhardt puede ser considerado con absoluta seguridad el primer intérprete moderno de clave, el primero que, a partir del estudio riguroso y concienzudo de las fuentes y de una soberbia intuición artística, supo extraer del instrumento un sonido que hoy cualquier aficionado reconoce como puramente barroco.

Tras estudiar a finales de los años 1940 en la Schola Cantorum Basiliensis, uno de los centros vitales para la difusión de los nuevos postulados historicistas, a principios de los 50 Leonhardt fue profesor en Viena y Ámsterdam y fundó su primer conjunto, el Leonhardt Ensemble Consort, cuyo nacimiento coincide en el tiempo con la creación del Concentus musicus Wien de Nikolaus Harnoncourt, el otro gran pionero de la interpretación históricamente informada, con quien su nombre iba a quedar estrechamente ligado cuando el sello Telefunken (luego, Teldec) les encargara la primera grabación íntegra de las cantatas de Bach, un proyecto que iba a ocupar casi dos décadas (1971-1989) y que sigue siendo hoy una de las referencias insoslayables en torno a la música del autor de El arte de la fuga.

La vinculación con Bach venía desde antiguo (una primera grabación de las Variaciones Goldberg para el sello Vanguard data justo de 1953) y conocería uno de sus momentos más singulares cuando dio vida al Cantor de Leipzig en la Crónica de Anna Magdalena Bach, película de 1968 de Danièle Huillet y Jean-Marie Straub y en la que aparecía también su colega Harnoncourt haciendo el papel de su patrono, el Príncipe de Anhalt-Cöthen. El ascetismo artístico, la austeridad bressoniana que cultivaban la pareja Huillet-Straub se correspondía a la perfección con la forma en que Leonhardt, luterano fervoroso, concebía su arte, hecho de un rigor, una esencialidad y una fidelidad a sus principios que no traicionó jamás.

En contra de lo que hicieron Harnoncourt y otros muchos músicos vinculados al movimiento historicista, Leonhardt no sintió nunca la necesidad de sobrepasar los límites temporales de la música antigua, y solo se le recuerdan algunas experiencias fronterizas, con obras de Carl Philip Emanuel Bach o Mozart, a quien interpretó en pianos de época. Aun con eso, su repertorio era extensísimo y abarcaba prácticamente todo el Bach posible, al clave, al órgano y como director de diversos conjuntos; la escuela clavecinística francesa, cuya esencia delicada, flexible, refinada y elegante, consiguió penetrar y desentrañar como pocos; los organistas del norte de Alemania (y de otras muchas partes de Europa, incluida España); los grandes virginalistas ingleses, por los que se ocupó muy especialmente al final de su carrera; y toda una serie de nombres (menores y mayores) que jalonan la música europea desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVIII y en la que no faltan figuras de la talla de Frescobaldi, Froberger, Purcell, Lully o Monteverdi. Con todo ello, el maestro holandés configuró a lo largo de más de medio siglo una de las discografías más extensas, variadas y exquisitas que pueda presentar artista alguno en el mundo.

Su extraordinaria capacidad de trabajo era proverbial, como el trato amable y considerado que dispensaba a todos sus colaboradores y alumnos. Cultivó en cualquier caso una imagen de austeridad rayana con la severidad, lo cual se mostraba especialmente cuando interpretaba música religiosa, para la que solía pedir al público que se abstuviera de aplaudir. Por Sevilla vino en muchas ocasiones: se le recuerdan actuaciones memorables dentro del Festival de Música Antigua, tanto en el Alcázar como en el Teatro Lope de Vega, en el ciclo de Los Venerables o en la Academia de Órgano de Marchena, tocando en los estupendos instrumentos de la iglesia de San Juan. En 2007 dirigió por primera vez a la Orquesta Barroca de Sevilla y lo haría en más ocasiones en los años siguientes, la última de ellas en la Semana de Música Religiosa de Cuenca de 2011. Su prevista cita de mayo de 2012 ha sido cancelada para siempre.

Antes de escribir estas líneas he tenido ocasión de ver una grabación de su último recital, que ofreció en un teatro de París el 12 de diciembre de 2011. En la escena oscura, un solo foco de luz ilumina la partitura, el precioso instrumento de Rückers/Taskin y la figura enjuta de un Leonhardt que se comporta como siempre lo hizo: con la impasibilidad aparente, la parsimonia y la elegancia con la que se mostraba en público, sin un gesto de más, sin un detalle (artístico) de menos. Esa Variación nº25 de las Goldberg que toca como propina suena como la despedida más sencilla imaginable en un mito de la música. Todo en él es serenidad. En quien escucha, todo es ya emoción.
[Diario de Sevilla. 18-01-2012]

























miércoles, 11 de enero de 2012

El mundo de ayer

[Capriccio de Strauss en el Metropolitan de Nueva York]
Capriccio, la última ópera compuesta por Richard Strauss, fue estrenada en Múnich el 28 de octubre de 1942 bajo "el alto patrocinio del señor ministro del Reich, Dr. Joseph Goebbels", paradójico final para un proyecto concebido originalmente por Stefan Zweig, quien unos meses antes se había suicidado en Brasil, atormentado por la barbarie nazi que creía se extendería imparable por el mundo. La idea de Zweig, retomar un libreto de Giovanni Battista Casti al que había puesto música Antonio Salieri en la década de 1780, fue finalmente desarrollada literariamente por el propio Strauss y por Clemens Krauss, famoso director de orquesta y amigo personal del compositor, que tomaría la batuta el día del estreno.

La obra se ambienta en un castillo rococó cercano a París en 1775, donde un compositor y un escritor se disputan el amor de Madeleine, una joven condesa viuda, sencillo y convencional trasfondo dramático que soporta una antigua discusión erudita que estaba en la base del nacimiento de la ópera: la querella entre música y poesía por la supremacía en la conformación del teatro musical. Finalmente, será la Condesa la que tenga que decidirse por Flamand, el músico, o por Olivier, el poeta, en una última escena de una admirable economía de medios, que parece dibujar el final de toda una época.

La vida operística seguiría en Europa, pero ya sin un Strauss que expresaba aquí una vez más su voluntad de apartarse del wagnerismo de sus inicios (Salomé, Elektra) para adoptar un lenguaje dominado por la elegancia neoclásica. El refinamiento de Capriccio en torno a una discusión algo estéril y banal, su decadente estética dieciochesca funciona a la perfección como una visión tiernamente irónica de un mundo que terminaba, aquel que Zweig glosaba en sus celebradas Memorias. Mientras todo se derrumbaba alrededor, el viejo Strauss se evadía con una conversación en torno a la naturaleza del arte musical. Al final, frente al espejo, la pizpireta Condesa reflexiona con más levedad que nostalgia sobre la renuncia que implica toda elección mientras el mayordomo le anuncia en la última frase de la comedia: "Señora, la cena está servida". Hay en todo esto tanto desapego hacia los grandes valores y las grandes ideas, que esta silenciosa y frívola retirada de la escena puede considerarse incluso subversiva en una época dominada por la exaltación y la visceralidad más extremas.

En su producción para el Metropolitan de 1998, repuesta en 2011, Cox traslada la acción a un salón del París de entreguerras y todo funciona a la perfección. Andrew Davis dirige con delicadeza y claridad, Renée Fleming confirma como Condesa su status de gran lírica de nuestros días y el resto del elenco es excelente, desde el tenor Joseph Kaiser y el barítono Russell Braun, dignos rivales en la mente de Madeleine, al bajo Peter Rose, un sólido La Roche, el barítono Morten Frank Larsen, el conde, encaprichado de Clairon, una brillante Sarah Connolly y la divertida pareja de cantantes italianos, Olga Makarina y el delicioso Barry Banks.
[Diario de Sevilla. 3-01-2012]


RICHARD STRAUSS (1864-1949): CAPRICCIO
ópera con libreto de Clemens Krauss y Richard Strauss

Renée Fleming, soprano (la Condesa)
Joseph Kaiser, tenor (Flamand)
Russell Braun, barítono (Olivier)
Peter Rose, bajo (La Roche)
Morten Frank Larsen, bajo-barítono (el Conde)
Sarah Connolly, mezzosoprano (Clairon)
Olga Makarina, soprano (una cantante italiana)
Barry Banks, tenor (un tenor italiano)
Michael Devlin, bajo-barítono (el mayordomo)
Bernard Fitch, tenor (Monsieur Taupe)

Ronald Naldi, Paul Corona, Steven Goldstein, Christopher Schaldenbrand, Grant Youngblood, Scott Scully, Brian Frutiger y Kyle Pfortmiller (sirvientes)
Laura Feig y Eric Otto (bailarines)
David Chan, violín; Rafael Figueroa, violonchelo; y Dennis Giauque, clave (músicos)

The Metropolitan Opera Orchestra
Director musical: Andrew Davis

Director de escena: John Cox, con reposición de Peter McClintock
Escenografía: Mauro Pagano
Vestuario y decorado interior: Robert Perdziola
Iluminación: Duane Schuler
Coreografía: Val Caniparoli

Director de vídeo: Gary Halvorson
Introducción: Joyce Di Donato

Subtítulos en inglés, francés, alemán, español y chino
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2 DVD DECCA 074 3454 (Universal) [c.149']
Grabación: Abril de 2011