jueves, 4 de noviembre de 2010

El festival inmutable

[Cádiz. Noviembre de 2006]
Como la naturaleza wagneriana antes de que Alberich robara el oro del Rin, como si el próximo 18 de noviembre fuera en realidad el día de la marmota, el Festival de Música Española de Cádiz cumplirá antes de que finalice el mes su octava edición repitiendo una vez más el esquema de todas las anteriores ediciones: conciertos de las cuatro orquestas "institucionales" andaluzas (así las llama la página web del propio festival) y de la Orquesta Barroca de Sevilla como columna vertebral, en la que luego se encajan el también habitual Taller de mujeres compositoras, el inevitable concierto de Taller Sonoro presentando los estrenos de la Cátedra Manuel de Falla, algún nombre destacado de la escena nacional (esta vez es Javier Perianes, que como andaluz y buena persona siempre está dispuesto a ofrecerse por un precio de amigo) y otros intérpretes menos conocidos, algunos locales, pero normalmente dignos (este año, hay, por ejemplo, un interesante recital de Diego Fernández Magdaleno). Esto por lo que hace a la música llamada clásica, porque luego también hay cosas de baile, flamenco y otros cantes.

Creado en 2003 por el interés de Elena Angulo, por entonces Directora General de Fomento y Promoción Cultural de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, el Festival de Cádiz nacía con la voluntad de cubrir el hueco (más que hueco, socavón, sima, vacío) de programación cultural en la capital gaditana y lo hacía coincidiendo con los días en que se conmemora el nacimiento de Manuel de Falla (23 de noviembre), el más insigne artista nacido en la ciudad, en una fecha en la que no suele haber festivales destacados y con una temática especializada, no del todo original (en León, el Festival de Música Española ha alcanzado ya su vigésimo tercera edición), pero sí poco habitual. Como los recursos económicos no eran muchos, los pilares del Festival quedaron marcados por la participación de los conjuntos vinculados directamente a la Junta de Andalucía, institucionalmente (como las orquestas de Sevilla, Córdoba, Málaga y Granada) o mediante apoyos más o menos fijos (como en el caso de la OBS). Pero han pasado los años, y aunque alguna otra orquesta de gira ha visitado Cádiz (creo recordar que la ONE y la Sinfónica de Bilbao), el esquema sigue siendo el mismo, invariable, inmutable, pareciera que eterno.

El Festival ha servido en estos años para ofrecer una mínima vida musical a una ciudad tristemente languidecida en materia cultural, una ciudad en la que, no se olvide, llegaron a funcionar hasta tres teatros de ópera simultáneamente (y eso, con el invasor francés a las puertas), y para facilitar el trabajo de algunos músicos en la recuperación del repertorio español, lo que está muy bien; pero este tipo de certámenes, si no progresa, se estanca, y si se estanca, llegará un día en que nadie lo eche en falta, con lo cual acabará desapareciendo sin dejar ni rastro, como las lágrimas de los replicantes en la lluvia. El presupuesto de la muestra es ridículo. Su difusión no ya internacional, sino ni tan siquiera nacional, muy limitada (y eso a pesar de sus publicaciones discográficas y bibliográficas). La propuesta de conciertos, vinculada al repertorio y no al intérprete (lo cual es muy respetable), de interés irregular. El impulso inicial parece haber cedido demasiado terreno a la rutina. No estuve el año pasado, pero fui un fijo de todas las anteriores ediciones, y en 2008 la asistencia de espectadores se había estancado, si no reducido, y el público juvenil seguía siendo casi inexistente (y que conste que yo, en materia de conciertos de música clásica, hago ya juveniles a los que rozan los 40). Cádiz es una ciudad con un encanto especial (en noviembre, su luz resulta además especialmente mágica) y merece de sobra un festival de música que no se reduzca a la repetición de fórmulas más o menos rutinarias. O sea, que la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, organizadora del evento, tiene que rascarse un poco más el bolsillo y, mientras sus nuevos responsables terminan de extender bien el tablao, para que no se les arrugue, desde el cabo de Gata hasta Ayamonte, que dejen al menos a alguien que mire, aunque sea por el rabillo del ojo, por la tacita de plata, no sea que llegue un día en que las batas de cola pasen de moda en Japón como las greñas de los hippies de California. Y, mientras tanto, en el horizonte se avizora un temor: el Festival de Música Iberoamericana que el Ayuntamiento de la ciudad (de signo político opuesto a la Junta: PP) viene prometiendo para el año del bicentenario de la Pepa (2012). Sería trágico que el sectarismo (o, por ser más políticamente correcto, eso que Madame de Staëll llamó "espíritu de partido") provocara una fractura en el lugar en el que deberían de confluir los esfuerzos para la creación de un gran Festival de Música Española e Iberoamericana, un gran certamen que con el tiempo pudiera llegar a identificarse tanto con Cádiz como hoy se identifica el cine con San Sebastián o el teatro clásico con Almagro.

Mientras eso llega, mi recomendación para acercarse a la ciudad y al Festival, aun en su actual estado, sólo puede ser entusiasta y calurosa. No sea tonto, dese el gusto, y acérquese a Cádiz (lema turístico que cedo gratuitamente a quien le interese).

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