lunes, 17 de enero de 2011

Las tripas de Mahler

[Philippe Herreweghe. © Riita Ince]
Salimos de un año Mahler (el 150 aniversario de su nacimiento) y entramos en otro (el centenario de su muerte). "Mi tiempo llegará", dijo en cierta ocasión el compositor austrobohemio, cuando era mucho más conocido y admirado como director de orquesta que como el autor de una música que en su pretensión omnicomprensiva ("La sinfonía debe contener el mundo") escapaba tanto de los esquemas clásicos como del universo subjetivo y sentimental del Romanticismo al que la Europa artística de finales del XIX seguía en buena medida anclada. Acaso aquella sentencia empezara a cumplirse después de la Segunda Guerra Mundial, pero es ahora, cruzado el umbral de otro siglo, cuando se manifiesta de forma más abrumadora. Si en su obra dedicada al compositor que la Fundación Scherzo y Antonio Machado Libros publicaron en 2007, José Luis Pérez de Arteaga daba noticia de más de dos mil grabaciones con música mahleriana, cuatro años después la cuenta debe aumentarse en varias decenas (o centenares) de registros.

Es el tiempo de Mahler, de ese "neurótico obsesivo" (el diagnóstico es de Theodor Reik) que ensanchó las posibilidades de la sinfonía para contener en ella acaso no el mundo, pero sí realidades múltiples que habían estado siempre de espaldas. Si Haydn fue capaz de reunir en sus sinfonías las tradiciones musicales de casi toda Europa, Mahler lo remedó, pero subiendo el listón, al poner junto lo más chabacano y lo más sublime, lo popular y lo culto, la marcha militar y el vals, la consonancia y la disonancia, la calle y la corte, el cabaret y el templo, todo a la vez, simultáneamente, y lo hizo reinventando las formas, pero sin abandonarlas del todo, no en vano la mayor parte de sus sinfonías se abren con movimientos en una forma sonata más o menos ortodoxa: varios temas en tensión que se exponen, se desarrollan y se recapitulan.

La 4ª Sinfonía, estrenada en 1901 y último episodio de su conocido como período Wunderhorn (por su relación con el mundo de las canciones populares de Des Knaben Wunderhorn, El muchacho de la trompa mágica), es una de las más clásicas en la forma, aunque se cierre con un lied. Acaso sea por ello que Philippe Herreweghe haya decidido abrir el catálogo de su propio sello (Phi) con su primera grabación de una sinfonía mahleriana (excluyo su registro de La canción de la Tierra, que hizo en la versión camerística de Schoenberg). Al frente de su Orchestre des Champs-Elysées, el gran director belga ha recurrido por supuesto a los instrumentos de la época del compositor, mucho más diferentes respecto a los de hoy de lo que habitualmente se piensa, con tripas en los de cuerda, y ha aplicado un estilo que, frente al empaste homogeneizador, potencia la claridad, el equilibrio y el detalle. Todo ello se subsume por supuesto en el hallazgo de una gran línea vertebradora, que conduce a ese lírico y evanescente Das Himmlische Leben (La vida celestial) que la soprano Rosemary Joshua canta con "expresión serena e infantil", como pedía Mahler.
[Diario de Sevilla. 15-01-2010]


GUSTAV MAHLER (1860-1911): Sinfonía nº4 en sol mayor

Rosemary Joshua, soprano
Orchestre des Champs-Elysées
Director: Philippe Herreweghe
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PHI LPH001 (Diverdi) [53'28'']
Grabación: Marzo de 2010


Mahler: Sehr behaglich, 4º movimiento de la Sinfonía nº4. [8'41''] Rosemary Joshua. Orchestre des Champs Elysées. Philippe Herreweghe

2 comentarios:

J. Rogelio Rodríguez dijo...

Hola Pablo.

A diferencia de otros compositores (y no me quedo en el clasicismo, conste) no he sido muy proclive a adquirir registros de "especialistas" con orquestas de "instrumentos originales" (entrecomillo esto último, no en sentido peyorativo sino por lo que de amniguo supone esta expresión). Salvo excepciones, como las de Gardiner con Berlioz, o la Canción de la Tierra (en la versión camerística a la que te refieres) por Herreweghe.

La Cuarta de Mahler es para mí una sinfonía de exquisita delicadeza (su tercer movimiento), de ironía en el desarrollo temático,... y de lirismo aparentemente ligero, gozoso. No puedo deslindar esta música de las versiones de Bernstein (con la Wiener Phil.) o de la de Chailly con el Cocertgebow. Ahora bien, tras leer este artículo tuyo, estoy deseando tener unas horas libres para adquirlo. Además, con el aliciente del sello fundado por el maestro belga...

Un saludo y gracias por el artículo.

Pablo J. Vayón dijo...

Es curioso lo que ha pasado con este disco: cuando empezó su distribución había muchos críticos afilando sus navajas, preparados para cortarle el cuello a Herreweghe por lo que todos ya sabemos: que si la tradición, que si un ejercicio de arqueología, que si la expresividad, que si la emoción, que si la técnica, que si los saltitos, que si bla bla bla... Al final, la grabación ha sido casi unánimemente acogida como una contribución extraordinaria a la discografía de la obra. Y gustos son gustos...