Se lamentaba Santiago Segurola en reciente entrevista del “hermetismo” del periodismo cultural (no sé a qué pretende referirse con ese término, la verdad) y de su supeditación absoluta a la industria del sector que, según él, decide nada menos “qué, cuándo y cómo se escribe”. Esta referencia parece más bien una confesión de parte o una acusación directa a sus antiguos compañeros de El País y, por elevación, a todos los periodistas culturales del mundo. ¿Nadie se siente aludido? Yo sí. Así que probaré a aclarar algo las cosas.
El periodismo cultural depende de la industria cultural (y del ocio y del espectáculo) exactamente igual que el gastronómico depende de la industria gastronómica, el automovilístico de la automovilística y el pornográfico de la pornográfica. El asombro de Segurola al respecto me produce un sincero y descomunal asombro. Toda industria con productos que colocar en el mercado busca la mejor y mayor difusión del valor (real o figurado) de sus productos y ello incluye el uso de los medios de comunicación para hacer llegar su mensaje. Pero, ¿son los medios y los periodistas que en ellos trabajan tan sumisos como para trasladar sin crítica el mensaje oficial de la industria? ¿Están vendidos a los industriales? ¿Son meros notarios (o sicarios) a sueldo de las corporaciones más poderosas? ¿Están los centros de decisión del periodismo cultural, como dice Segurola, en los despachos de las discográficas, las editoriales y las productoras de cine? ¿O es que ese es el periodismo que él vio hacer desde El País?
Aclaremos: por definición, el periodista no crea la noticia (mal periodismo, qué digo malo, pésimo, es hacerlo: uno se ve la Quinta temporada de The Wire y así yo me ahorro más explicaciones al respecto), sino que se sitúa como mero intermediario entre el hecho noticiable y la sociedad, y en esa posición actúa como filtro, jerarquizando y ordenando, separando el grano de la paja, dándole a cada acontecimiento el espacio que le corresponde según sea su importancia (¿importancia para el periodista? No. No hablamos de gustos aquí. Importancia para la sociedad, para el mundo al que se dirige; y en el criterio adoptado en este asunto se mide en buena medida el valor del profesional). Y pongo un ejemplo (cultural o así): Madonna pone a la venta un nuevo disco. Obviamente, el periodista no tiene nada que ver con el asunto, pero el hecho está ahí (Madonna es un personaje de relevancia mundial y tal y tal), así que el periodista hace su trabajo y le da al disco de Madonna la importancia que tiene el hecho para la sociedad a la que se dirige, independientemente de que a él le guste o no Madonna, le gusten o no los discos, le guste o no la música. Por supuesto que la productora discográfica de la cantante pretenderá acaparar el mayor espacio posible y los más encendidos elogios para su producto. Pues bien: ese es el terreno del periodista. Ahí es donde el periodista actúa como filtro: sería mal periodismo ignorar el hecho de que Madonna ha sacado un disco e igual de malo coger el dossier mandado por su productora y difundirlo tal cual (sospecho que eso es lo que hacen con los estrenos cinematográficos en los telediarios; o hacían, que hace mucho que no veo un telediario completo). ¿Confiesa Segurola que algo parecido es lo que se encontró en El País cuando lo hicieron responsable de cultura?
Llevo más de doce años dedicado a escribir de la llamada música clásica en periódicos y revistas diversos, con una especial atención al producto industrial por excelencia de la música de nuestro tiempo, el disco. Negar presiones de la industria (y de los propios medios para los que escribes, que también están en el mercado) es ridículo. Claro que existen. Aceptar, como parece sugerir Segurola, que no hay espacio ninguno para realizar el trabajo de filtro y criba, periodístico y crítico, que supuestamente se espera de ti, sería por completo frustrante y desesperanzador; es algo que no se puede aceptar, pero sencillamente porque es falso. En el ámbito cultural, como en todos, hay espacio de sobra para hacer un trabajo periodístico y crítico ética y profesionalmente responsable. El terreno no es siempre estable ni confortable, y a veces se producen sacudidas incómodas, pero uno puede situarse en él y desde él elaborar su particular guión del mundo. Afirmar que todos en el oficio escriben al dictado de las grandes corporaciones, que el periodista se limita a “acatar” lo que se decide en los despachos de las productoras es no solo una visión sesgada, reduccionista, entreguista y pesimista del asunto, sino que roza la infamia.
1 comentario:
Enhorabuena por el artículo sobre la entrevista a Santiago Segurola. Yo también me quedé perplejo, y por las mismas razones que en él se exponen, ante sus consideraciones sobre el mundo de la cultura, para el que nunca fue un interlocutor –pereza, complejos, miedo, mala educación- a lo largo de su responsabilidad como jefe de la sección correspondiente en El País. A eso añadamos un pequeño problema: precisamente su falta de cultura, de cultura de verdad, de esa a la que se le tiene tanto miedo en los periódicos. No pisaba firme, en suma. Lo que para la sección de deportes otorga un barniz que hace destacar, en otros ámbitos no sirve más que para mostrar las carencias del sujeto. El fracaso es manifiesto, vístase como se quiera: en lugar de plegarse y abandonar –y no sólo por lo que él aduce como vicios de la industria cultural- haber aprovechado la ocasión de trabajar en un medio que te permite no sólo recoger la noticia sino crearla. Y hasta que te teman. Y cuando te vayas lo cuentas tal cual. Pero para eso hay que ser de otra pasta, un buen profesional también.
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