miércoles, 29 de agosto de 2012

Dos días en la Casa de Dios

[La bandera del Festival ondea en la Abadía Saint-Robert]
La primera vez que asistí al Festival de La Chaise-Dieu, en el año 2009, acompañaba a la Orquesta Barroca de Sevilla en su segunda gira francesa. Apenas pasé unas horas en el pueblo, pues nos alojábamos en la no demasiado lejana localidad de Le Puy-en-Velay, con su extraordinaria y singular Catedral de Notre-Dame, que en una visita nocturna me pareció casi salida de un sueño. Aquellas horas fueron en cualquier caso suficientes para poder disfrutar de unos deliciosos minutos de meditación en el césped del claustro de la Abadía Saint-Robert, centro neurálgico del Festival (mi amigo Carlos Tarín, que a la meditación llamó "siesta", no me dejará mentir). También me permitió confirmar las razones de nuestro secular atraso con respecto al núcleo duro de la Europa desarrollada, que, en efecto, es, como usted habrá pensado, de orden principalmente tecnológico: por ejemplo, la ingeniería francesa ha encontrado la manera de contrarrestar las acciones de los turistas incívicos que abandonan los excusados públicos sin tirar de la cadena.

[La ingeniería francesa puesta al servicio de la hostelería. La Chaise-Dieu, 2009]
Este año entré en Francia por el aeropuerto de Lyon, desde donde un viaje de dos horas en coche me llevó hasta un lugar muy cercano a La Chaise-Dieu, un pueblecito llamado Bonnefond, situado entre montañas de origen volcánico y bosques de coníferas, que me recibió con lluvia y 10 magníficos grados centígrados de temperatura. Allí fui suavemente depositado a eso de las cinco de la tarde del pasado sábado, en una preciosa casita dedicada al turismo rural que regenta muy amablemente una pareja flamenca con el perro más manso que he conocido en mi vida, lo que deduje (el origen de los dueños, no la mansedubre del can) por la matrícula belga del coche aparcado bajo un cobertizo aledaño a la vivienda y por el idioma neerlandés que acompañaba al francés en las cartulinas con las tarifas colgadas en mi habitación (yo antes era muy lerdo para las deducciones, pero dos temporadas de Sherlock han aguzado la rapidez de mi pensamiento lógico).

[Los alrededores de mi alojamiento en Bonnefond, la tarde del 25 de agosto]
Pero, ¿qué he venido a hacer yo aquí?
Lo dije ya. Vine un par de días a la cuadragésima sexta edición del Festival de música de La Chaise-Dieu, que incluye nada menos que cuarenta conciertos repartidos entre el 22 de agosto y el 2 de septiembre. El Festival se desarrolla este año en La Chaise-Dieu y otras cinco localidades cercanas (Le Puy-en-Velay, Brioude, Ambert, Chamalières-sur-Loire, Saint-Paulien), aunque su centro continúa siendo, desde su fundación en 1966 por el pianista György Cziffra, la gran abadía de Saint-Robert (la del claustro de mi meditación de 2009, sí).

[La Abadía Saint-Robert desde el claustro]
La Chaise-Dieu no llega a los 800 habitantes censados, muchos de los cuales viven la mayor parte del año en otro sitio, y solo vuelven al pueblo en verano, cuando la población aumenta de forma muy significativa, especialmente en las fechas ocupadas por el Festival. Resulta verdaderamente admirable la capacidad organizativa para sacar adelante una muestra de este tamaño en una localidad tan pequeña, que casi no cuenta con plazas hoteleras. Pero sobre eso volveré luego. Ahora me gustaría fijarme en la iglesia de la Abadía, espacio donde se celebran la mayoría de los conciertos, que guarda en su interior un órgano del siglo XVII restaurado por última vez en 1995 y situado en los pies de la nave central. La tarima para los músicos se coloca en el presbiterio, elevado sobre esa misma nave central, que aparece partida por un inmenso coro, que alberga en el centro la tumba del papa Clemente VI, quien recibió su formación teológica en la Abadía. El coro es la zona principal dedicada al público de los conciertos, pero incluso detrás de él, con poca y nula visibilidad sobre el escenario. se colocan más espectadores, que pueden seguir lo que ocurre delante por unas pantallas colocadas al efecto.

[Interior de Saint-Robert desde los pies de la nave central, con el coro rompiendo la visibilidad de la escena]
Estamos en la región de Auvernia, de donde las célebres armonizaciones de Canteloube, en el departamento del Alto Loira, tierra de naturaleza exuberante y salvaje, donde las lentejas, la miel, los champiñones y por supuesto los quesos son manjares cotidianos. No suelo tener problemas para adaptarme a los horarios de comida franceses (tan diferentes de los míos). Así que no me costó nada cenar a las siete de la tarde, especialmente si se tiene en cuenta que no probaba bocado desde que a las doce del mediodía me clavaran 3 euros por una manzana en la T1 de Barajas. El vino era de Burdeos, bastante aceptable, los platos, sabrosos (y energéticos: demasiado) y la compañía, buena, así que pasaré por alto ese mejunje negro que sirvieron al final en una taza de plástico y que oí que alguien llamaba café. Fui en definitiva reconfortado a la primera cita musical del fin de semana, una apetecible Theodora de Haendel que Christoph Spering presentó algo recortadita al frente de su Coro y su Orquesta Nueva de Colonia. Mi recuerdo de 2009 (también con un oratorio de Haendel, Israel en Egipto) era el de una acústica excelente, pero esta vez me pareció algo seca o quizá fue que Spering buscó pretendidamente ese tono mate. El coro es desde luego excelente, y va imponiéndose a medida que la fanática cristiana y el bobo del soldadito se acercan a su final. No conocía a la soprano Anna Palimina, que hizo muy bien de mártir, sobre todo por la permanente cara de angustia que gastó, ya que la voz es pequeñita y la dicción demasiado precaria como para considerarla dominadora del papel. Alex Potter fue todo intensidad de sacrificio sin apenas control y Andreas Karasiak pasó por completo desapercibido por la rudeza de su fraseo. El perseguidor Valens fue encarnado por un bajo al que tampoco conocía de nada, Daniel Raschinsky, que escupe como corresponde sus improperios a diestro y siniestro sin lograr asustar ni conmover en ningún momento. La única que lo hizo fue la contralto Franziska Gottwald, que dejó algunas de las frases mejor dichas y algunos de los pasajes más emotivos de toda la noche.

Alguna cosa más (pero no todo) de un Festival como Dios manda
El de La Chaise-Dieu es un festival pequeño, modesto si se lo compara con los grandes certámenes europeos. Aquello no es Salzburgo ni Bayreuth ni Glyndebourne ni Viena ni nada por el estilo. Ha ido creciendo poco a poco, un paso después del otro, y hoy cuenta con una importante lista de mecenas y patrocinadores institucionales y privados que confían en el poder de atracción de la marca Chaise-Dieu. Nadie se la ha regalado. La han conseguido mediante el trabajo y el cuidado de los detalles. Una tropa de más de cien voluntarios, que se aloja desde dos días antes del comienzo del festival en una especie de pequeña urbanización turística a las afueras, hace que todo funcione a la perfección. La coordinación es fundamental. Cada cual se encarga de lo suyo: hay voluntarios en el departamento de prensa, voluntarios que reciben y acompañan a los músicos, voluntarios que ofrecen información, voluntarios que cortan entradas en las puertas de los conciertos, voluntarios que venden libros, voluntarios en el stand de discos, voluntarios que hacen de chóferes para periodistas y personalidades que visitan la muestra... Y ser voluntario es importante y está bien considerado: el mismo Jean-Michel Mathé, que después de nueve años deja en este la dirección artística, me confesó que antes de director él también fue voluntario.
[Patrocinadores y mecenas]

Las puertas se abren para los espectadores media hora antes de cada espectáculo (siempre, sin demoras), espectáculos que comienzan puntualmente, siempre. Hay por supuesto un libro con la programación del festival, que se vende a 10 euros. Y la gente lo compra masivamente. Primero, porque quienes lo elaboran creen en el producto (que incluye por supuesto, publicidad), y no lo dejan encima de las mesas por si a alguien se le ocurre pedirlo, sino que lo ofrecen (un batallón de niños te espera a la entrada de la Abadía para hacerlo). Segundo, porque los espectadores lo usan, y nadie se queja por tener que cargar cada día con él. Si no tienes el libro, lo que te dan al llegar es una simple hoja de papel fotocopiada con los intérpretes y las obras que se interpretan, sin movimientos ni partes. Por lo que pude hablar con algunos responsables, el libro del Festival (donde aparecen citados los nombres de todos los voluntarios que colaboran en la muestra) es una de sus señas de identidad y de orgullo.

Las entradas no son baratas. Este año, en la zona principal se pagaba 80 euros por ocupar una de las sillas del propio coro (que son cómodas, pero te obligan a sentarte en escorzo para dirigir la mirada a la escena) y 72 por los otros asientos, colocados en hileras con no mucho sitio para las piernas. Tras la reja del coro, las entradas de la parte central, con algo de visibilidad, costaban 24 euros, y las laterales, sin visibilidad, 15. Estos precios tienen rebajas por comprar entradas para tres o más conciertos y también por ser menor de 28 años, parado o beneficiario de alguna ayuda social, unas ventajas que tampoco hacen los precios especialmente populares. Por ejemplo, un parado pagaría en la zona principal de 40 a 36 euros y entre 8 y 12 en la otra zona. En las otras sedes (iglesias y teatros) los conciertos tampoco son mucho más baratos: 52, 42, 38, 29 euros... Y los conciertos se llenan...

Subvenciones, ivas y otras pamemas...
A ver. Los conciertos se llenan. Las entradas para escuchar (y ver) a un grupo barroco francés no especialmente conocido interpretar una misa olvidada del siglo XVII o a una orquesta de jóvenes de no se sabe dónde cuestan 80 y 72 euros, y no hay un asiento vacío. Y vénganme ahora con el cuento del IVA al 21%. ¿Cuántos aficionados están dispuestos a pagar en España 80 euros por escuchar a un grupo barroco local sea cual sea el porcentaje de IVA que incluya la entrada? El problema de la cultura en España no es de las entradas con el IVA al 8 o al 21%. Ya dejé dicho que creo que esta subida del IVA es un error, y que indudablemente afecta gravemente a muchos de los que trabajamos en el sector (a mí desde luego que sí), pero si uno se queda mirando exclusivamente al IVA se le pone cara de tonto y termina por no entender nada. El problema de la música clásica en España (me circunscribiré al sector en el que me muevo y mejor conozco) es sobre todo de tradición, formación y exceso de proteccionismo. Sí, en Francia, los grupos, los festivales y los teatros están muy subvencionados por el gobierno de la república, las regiones, los departamentos y los ayuntamientos, pero los patrocinios privados son también importantísimos y luego, la gente paga cantidades nada despreciables de dinero por asistir a los conciertos, no solo a la ópera verdiana o wagneriana de turno, sino a la actuación de un grupo de polifonía del Renacimiento o de una orquesta no muy célebre llegada de Bruselas o de Suiza. Y la tradición y la formación no se consiguen pasando en un salto de las zapatillas de esparto a los Blahnik de diseño, sino cimentando, dando un pasito detrás del otro, cuidando los detalles de cada convocatoria y cada publicación, fomentando la profesionalización y la competitividad de los músicos, trabajando en la difusión y en la penetración social de las iniciativas, creyendo en lo que se hace y cargándose de paciencia.

Para que luego los conciertos los disfruten unos pocos jubilados. Sí, justo para eso. En La Chaise-Dieu el público es predominantemente francés y su edad media dudo que baje de los 55 años. A mí nunca me ha parecido eso un problema grave. No creo que el Apocalipsis esté a la vuelta de la esquina. Cuando yo tenía 25 años, la cosa era muy parecida. Hay una serie de filtros para el acceso a los conciertos de música clásica: los hay de orden económico y educativo y también de naturaleza sociológica, y todos tienen el efecto de incrementar la edad media de los espectadores. Me parece normal que un chico de 16 años prefiera los ritmos de moda a una sinfonía de Bruckner, y no creo que sea una tragedia que los teatros no estén llenos de veinteañeros. Hay que trabajar para conseguir que cualquier joven que desee asistir a un concierto o una ópera tenga ocasión de hacerlo, pero si no quiere, tampoco pasa nada: la edad llevará a una parte de esos jóvenes hacia la música clásica, y lo que de verdad importa es ofrecerles entonces espectáculos de calidad, bien contextualizados, y que para ello puedan ser convenientemente orientados y guiados. Hay quien piensa que los ritos asociados a la música culta espantan a los jóvenes. A mí me parece una soberana chorrada. La cultura (entendida ahora en el más amplio de sus sentidos) es en esencia ritual. Los ritos van cambiando, y la iniciación en algo nuevo exige siempre una adaptación, en el fondo poco costosa. No creo que sea más solemne ir por primera vez a una ópera que a la boda de tu hermano.

El Domingo es el día del Señor
Siempre he admirado a esas personas que dieron grandes giros a sus vidas a causa de una súbita revelación. Yo era un tal y un cual pero un día el Señor me habló al oído y mi vida cambió radicalmente. Yo estaba sentado en mi jardín, vi caer una manzana y en ese preciso momento entendí cómo era que el mundo funcionaba. A mí me llevaron a una corrida de toros y justo al caerse el caballo tuve una auténtica revelación del altísimo: me hice vegano. Cosas así. No sé la de veces que he esperado mi propia revelación. Indeciso por naturaleza, deseaba fervientemente que algo llegara (de arriba o de abajo, me daba igual) y me marcara el camino. Pero nada. Y en esas llegó el domingo, y allí, a más de mil metros de altitud, en  la casa de Dios, el día del Señor, en medio de la salvaje naturaleza, preparándome para la música pía, sospeché que sería una buena ocasión para que de una vez se me presentara la revelación. Quién sabe, a lo mejor producto de ella acababa abondándolo todo y tomando un tren que me llevaba hasta los confines de Eurasia en busca de la auténtica sabiduría.

[Esperando la revelación]
El día había amanecido despejado, pero pronto volvió a nublarse. Estábamos a unos 12ºC. No me molestó que el almuerzo fuera a las 12.30 (la hora habitual de mi yogur de mediodia). El vino no era esta vez tan bueno, pero estaba fresquito y entraba bien. Me costó en cambio trasegar el paté. Por suerte la salsa del pescado era ligera y la compañía de las lentejas realzaba su sabor. Obvié los quesos más grasos y me peleé duro con la base de una tartaleta de frutos del bosque. A la mesa se sentaban el director artístico del festival, algunos músicos, un productor discográfico, un par de colegas de la prensa internacional y hasta un psicoanalista llegado de Toulouse (me quedé con ganas de preguntarle si pertenecía a la rama lacaniana, que siempre me ha parecido tan excitante). Se habló de música, de Gilles, de Lablache, del mercado del disco, de la economía y de la carne de pato que algunos pidieron. Esta vez no caí en la trampa, y esperé a ver el café que servían para pedirlo. Tampoco se llevará ninguna medalla internacional.

Acabada la comida, cada uno se fue a lo suyo y yo, mientras esperaba la llegada del primer concierto, programado a las 16 horas, decidí despistarme un rato para dedicarme a la meditación. No tardé en dar con un sitio que me pareció ideal: el parque y el árbol que han quedado inmortalizados arriba. Tomé una piña en mis manos y admiré la perfección de su geometría, la combinación absolutamente regular y funcional de partes duras y blandas. Como salida de las manos de un ingeniero. Aquel era el momento. Sí, lo intuía. Con la modorra y la quietud de la tarde algo se me habría de revelar, algo crucial, que cambiaría mi vida para siempre. Pero terminada de mirar y remirar la piña, pasado el adormilamiento, todo seguía igual. Ninguna idea genial se me había ocurrido. Así que probé con el vecino cementerio.

[Cementerio de La Chaise-Dieu]
Llámeme macabro quien lo desee, pero me encantan los cementerios, los antiguos cementerios, no esa alineación racionalista y aséptica de nichos en que se han convertido hoy muchos de nuestros camposantos. En un cementerio uno siempre encuentra historias, que a menudo son fascinantes y conmovedoras: recuerdos de niños que se fueron demasiado pronto, fotos inverosímiles, amantes fallecidos con apenas unos meses de diferencia, caídos por la patria... Paseé entre las sepulturas, las flores y los jaramagos, intercambiando leves agitaciones de cabeza con otros visitantes, mirada grave y mente despierta. Pero tampoco hubo revelación alguna. Acaso en la misa.

Porque tenía al momento una misa. El Coro de Cámara Les Eléments y el conjunto orquestal Les Passions - Orquesta Barroca de Montauban (hacía solo unos meses que había estado yo en el cementerio de Montauban, visitando la tumba de un muerto ilustre, Manuel Azaña), dirigidos por Jean-Marc Andrieu ofrecían una Misa en re y un Te Deum de Jean Gilles. Hasta hace muy poco, Gilles era casi exclusivamente conocido por su Réquiem, pero recientemente Andrieu ha profundizado en su obra, grabando para el sello Ligia una versión original del Réquiem, más sobria que la que solía hacerse, que fue orquestada por Michel Corrette, un disco de Lamentaciones y el mismo programa que ofrecía ahora en La Chaise-Dieu, que había sido presentado en mayo en Toulouse. La Misa, escrita en fecha inconcreta y con algunas lagunas, ha sido completada por el propio director del conjunto, y es una obra fastuosa, monumental, de casi 50 minutos de duración, con el uso tan francés de pequeñas agrupaciones camerísticas de voces (sobre todo, tríos) opuestas al coro. El Te Deum, escrito en 1698, cuando Gilles era maestro de capilla en Toulouse, y con motivo de la Paz de Ryswick, comparte algunas de las características de la misa, como su variedad textural y su carácter solemne, aunque no se usen en ningún caso ni metales ni timbales. De los solistas, no conocía a la soprano Anne Magouët, que me pareció una cantante intensa y de medios más que notables. Aunque sus voces parecen a menudo algo blanquecinas, el haute-contre Vincent Lièvre-Picard y el tenor Jean-François Novelli cantan siempre con un refinamiento y una claridad de línea exquisitos. A Alain Buet lo encontré en cambio un poco excesivo, tirando de gola más de lo deseable, hasta llegar por momentos a unos trémolos que eran molestos. Está mucho mejor, más limpio y sobrio, en el disco. Buen acompañamiento, con la originalidad de un serpentón en el bajo continuo, que, como la tiorba, se escuchó poco.

[Entre concierto y concierto, algunos grupos amenizan a los asistentes tocando en el Claustro de la Abadía]
Vida social
Los horarios en la Abadía Saint-Robert se cumplen religiosamente (ejem), entre otras cosas porque los conciertos se suceden unos a otros (a veces tres en una misma tarde-noche) y hay que programar además pruebas de sonido y tener en cuenta que el espectador va a encontrar el acceso abierto siempre justo media hora antes del comienzo de su espectáculo. Este año además han ideado actuaciones en el claustro entre concierto y concierto, como la del cuarteto de metales de arriba, que se dedicó especialmente a Kurt Weill. Pero hay otro aspecto que es fundamental para cualquier festival que se precie, que es el de los contactos, sociales y profesionales. En La Chaise-Dieu hay ambiente de festival: las reuniones en corros, los gestos tras un reencuentro de años, los libros de programa paseando por toda la ciudad así lo indican. Además, luego están los cocktails, a los que los periodistas solemos ser invitados, pero que son algo más que recepciones previstas para proyectar una imagen de cierto glamour al exterior o para que los patrocinadores se conviertan en el punto de atención de las personalidades vips. En ocasiones, son auténticas reafirmaciones de ciudadanía, a las que algunos asisten con sus condecoraciones y en las que tienen lugar actos solemnes de entrega de otras nuevas "en nombre del presidente de la República". Dos días estuve en La Chaise-Dieu y por dos cocktails pasé, recepciones en los que no había forma de encontrar una cerveza, pero sí champán (la marca de un patrocinador), granizada de limón, deliciosos pastelillos y fresas. El de la tarde del domingo incluyó discursos y medallas, fotos y vídeos. Todos aplaudimos, algunos más circunspectos que entusiasmados.

Salí con tiempo de dar un paseo, de decidir a última hora no comprar un queso que me habían recomendado, por si cantaba más de la cuenta durante el concierto, de charlar con unos y con otros, de rechazar una cena formal y preferir una ensaladita en la barra de un bar. Esperaban los ingleses. Poco se puede decir de la Orquesta del Festival de Gstaad que no se haya dicho de otras orquestas juveniles de sus características: que el nivel medio es excelente para ser chicos que no forman un conjunto regular, pero que su sonido no tiene siempre ni la personalidad ni la definición del de los grandes conjuntos profesionales. A Kristjan Järvi, que pese a su aspecto jovial y teenager ha entrado ya en los 40, no lo conocía, ni falta que me hacía. Se quitó de un plumazo la Guía de Britten sobre Purcell, hizo unos Planetas irregulares, con constantes sacudidas y frenazos, casi de montaña rusa, y acompañó con solvencia a Sol Gabetta en el Concierto de Elgar. Lejos de la trascendencia honda y melancólica de las versiones míticas, la argentina, envuelta en un elegante y sugerente traje blanco (me dijeron que hasta poco antes de salir estuvo dudando si blanco o rojo), ofreció una versión de muy exquisita cantabilidad, teñida de cierta nostalgia en sus tiempos lentos, pero con una tendencia al vigor rítmico que se afianzó en el Finale. Fuera de programa pudimos escucharla hasta taraear una melodía de Peteris Vasks.

Regresé a mi habitación cansado y sin revelación. Quizá el lunes me ofreciera aún alguna oportunidad insospechada.

[Alrededores de Bonnefond el lunes 27 de agosto]
Donde la revelación se me escapa por poco y casi me hago naturalista
El día amaneció espléndido. Después del desayuno (olvidable una vez más, qué cruz, el café, delicioso el yogur) y de despedirme de mis parisinos compañeros de pensión, que iban de excursión a no sé dónde, aún me quedaban dos horas hasta la cita con Luce, mi gentil choferesa, que había de devolverme al aeropuerto de Lyon. Así que decidí lanzarme a la aventura y, tras dejarme aconsejar por mi patrón sobre el mejor recorrido posible, me dispuse a penetrar ardorosamente en un bosque de abetos. Sin arredrarme. Quién sabe si hallaría por fin mi tan deseada revelación y me quedaría a vivir allí, olvidándome de Luce, de Lyon y del mundo.

[Adentrándome valiente y decidido en el bosque]
Dos días antes, bajo la tenue lluvia, había salido yo a la puerta de la casa y me empapé de silencio. Ni los pájaros cantaban. Solo la leve brisa que agitaba la copa de los árboles y el repiqueteo manso de las gotas de agua rompían de vez en cuando la paz sonora de la tarde. Soy urbanícola. No sé realmente cuánto tiempo resistiría aislado de la vida de la ciudad, pero si hay algo que echo auténticamente de menos en nuestras urbes es el silencio persistente y perfecto, el que había experimentado unos días antes en una ermita de un pueblo extremeño, el de esa tarde de sábado en la Auvernia. No escuchar nada. Y poder sentir, como Cage en aquella cámara anecoica, el sonido de la propia circulación de tu sangre. La mañana del lunes era algo diferente, aunque también muy insinuante. Apenas se escuchaba el canto aislado de un pájaro seguido por la respuesta de uno de sus congéneres (eché tanto de menos no haber sido en ese preciso instante Olivier Messiaen) o el chirrido persistente de algunos insectos. Volveré sobre ellos. Pero me había quedado adentrándome en un precioso bosque de abetos por un sendero lleno de piñas, hojarasca y boñigas de caballo. Avanzados 200, 300 metros era otra vez el silencio casi absoluto acompañado ahora de la penumbra. Había algo inquietante en todo aquello, y no era que esperara yo ver aparecer al lobo de Caperucita (aunque lo pensé: de repente, una manada de lobos hambrientos: la revelación absoluta), sino la falta de armonía, el desorden a que tiende todo lo natural. Pese a la mano del hombre, que era evidente en muchas zonas, había ramas y árboles caidos por doquier, claros inesperados, zonas de absoluta oscuridad, cortes abruptos del terreno, y alguna seta cuyo colorido rompía la homogeneidad cromática que se habría esperado de la estación.

[Los árboles caídos, en espera de la llegada de la trascendencia]
Supe por supuesto que todos aquellos árboles eran aprovechados como leña por los vecinos para el invierno. No en vano había visto multitud de leños perfectamente apiñados y alineados en diferentes zonas de los alrededores. Al volver, y comentarlo con el patrón, me lo confirmó entre risas antes de rematarlo con un chiste ("une petite histoire, une blague zen"): "Un árbol cae en un bosque en el que no hay ningún ser humano. ¿A quién le echan la culpa los ecologistas?". Reí yo también.

[Una seta rompiendo los tonos marrones, grises y verdes del suelo]
Caminé por el sendero principal del bosque durante unos 35 minutos, y decidí regresar cuando tropecé con un desnivel del terreno que me habría resultar comodísimo descender, pero que luego tendría que haber subido, con el consiguiente perjuicio para mis gemelos, ya castigados. La vuelta se me hizo corta. Volví al claro, al sol, al verde intenso de la yerba y al chirrido de las cigarras. Andaba yo intrigado por el bichito que producía ese característico ruido, parecido, pero más tenue y suave que el que las chicharras producen en Andalucía en las noches más calurosas del verano. Busqué y encontré. Primero un insecto pequeño, que no me pareció responsable verosímil de ese jolgorio.

[Este bichito marrón no puede producir ese ruido]
Luego al fin, a pesar del camuflaje, el secreto de la cigarra desvelado.

[Es golpeando entre sí los filamentos marrones que tienen en la parte superior de la espalda como las cigarras chirrían]
Dejé a las cigarras envueltas en sus conversaciones amorosas y me puse a perseguir mariposas y colibríes, aunque colibrí no encontré ninguno. Sí en cambio un abejorro en plena libación. Y pensé en la abeja Maya y en Willy, mientras los saltamontes hacían alardes olímpicos a mi paso.

[Un abejorro en plena faena]
La hora de marcharme se acercaba, y pese a mis esfuerzos, no había conseguido nada parecido a una auténtica revelación, de esas que ponen tu vida del revés. Y si después de dos días en la Casa de Dios, entre música celestial, niebla, bosques y silencio no lo había conseguido, quizá no lo lograra ya nunca... Me senté por última vez a meditar, envuelto en la brisa que bajaba de la montaña, los tibios rayos del sol y los chirridos ahora lejanos de las cigarras.

[Meditación final]
Nada. Mi epifanía tendría que esperar. Aunque ahora sabía una cosa más. Escribo de música porque no sé hacerlo del silencio.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Un réquiem para la paz

[El director holandés Jaap van Zweden © Hans van der Woerd]
Operación Sonata Claro de Luna. Aquel fue el beethoveniano título escogido por los militares alemanes para nombrar los siniestros planes que la Luftwaffe había preparado para el 14 de noviembre de 1940. Su objetivo: la ciudad inglesa de Coventry, que aquella noche quedó absolutamente arrasada bajo el fuego de más de 150.000 bombas. En medio de la más pavorosa destrucción imaginable, humearon durante días los restos de la iglesia de San Miguel, un templo construido entre los siglos XIV y XV que en 1918 había sido designado catedral.

La reconstrucción de la iglesia, que incorporaba sus ruinas, no fue puesta en marcha hasta 1956 y para su consagración, prevista para finales de mayo de 1962, se encargó un Réquiem al más célebre compositor británico del tiempo, Benjamin Britten (1913-1976). Britten se había distinguido por su pacifismo activo antes y durante la guerra, lo que le ocasionó no pocos sobresaltos, y era reconocido por su homosexualidad (ilegal en Inglaterra hasta 1967), lo que daba al encargo una significación muy especial. El compositor no dejó pasar la ocasión para presentar su visión de las relaciones humanas. Empleó el texto de la misa de difuntos latina, pero intercalando a lo largo de todo su desarrollo poemas antibelicistas de Wilfred Owen, un poeta inglés muerto en 1918, a los 25 años, ametrallado solo una semana antes de que se firmara el armisticio que clausuró la Primera Guerra Mundial.

Una ocasión tan solemne parecía requerir unos medios musicales extraordinarios, y Britten ideó un amplísimo dispositivo que distribuyó en tres grupos que debían ocupar un espacio concreto en la puesta en escena: detrás, a la izquierda del espectador, coro y orquesta principales junto a una soprano solista, a la derecha, un coro de niños con un órgano; delante, dos solistas masculinos (tenor y barítono) con una orquesta de cámara. Los dos primeros grupos tenían asignado el texto litúrgico, y los solistas masculinos, que simbolizan a las víctimas de los combates, los poemas de Owen. Para Britten, su obra no tenía que reflejar la exaltación de la victoria, sino la contrición por el mal causado y la reconciliación entre los pueblos: por eso propuso que en el estreno los solistas fueran un inglés (el tenor Peter Pears, su compañero de toda la vida), un alemán (el barítono Dietrich Fischer-Dieskau) y una rusa (la soprano Galina Vishnevskaya, a la que a última hora las autoridades soviéticas prohibieron el viaje, por lo que fue sustituida por la británica Heather Harper).

La obra, pese a su título, un grandioso canto a los anhelos de paz de la humanidad, cumple 50 años, y para celebrar la efeméride, el sello Challenge ha presentado una nueva versión fonográfica, tomada en vivo en 2010, con Evelina Dobracheva, Anthony Dean Griffey y Mark Stone como solistas, los conjuntos de la radio holandesa y la doble dirección de Jaap van Zweden y Reinbert de Leeuw (quien se encarga del conjunto de cámara). Los brillantes y emotivos resultados están a la altura del desafío.
[Diario de Sevilla. 18-08-2012]


BENJAMIN BRITTEN (1913-1976): WAR REQUIEM OP.62
Evelina Dobracheva, soprano
Anthony Dean Griffey, tenor
Mark Stone, barítono

Orquesta Filarmónica de la Radio Holandesa
Coro de la Radio Holandesa y Coro de Niños de Holanda
Directores: Jaap van Zweden y Reinbert de Leeuw
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2 CD CHALLENGE CLASSICS CC72388 (Diverdi) [47'00'' - 35'44'']
Grabación: Mayo de 2010


Britten: Libera me de War Requiem. [22'28''] Dobracheva, Griffey, Stone. Coro y Orquesta de la radio Holandesa. Van Zweden, De Leeuw


Coro
Libera me, Domine, de morte aeterna,
in die illa tremenda:
Quando coeli movendi sunt et terra:
Dum veneris judicare saeculum per ignem.

Soprano y Coro
Tremens factus sum ego, et timeo
dum discussio venerit, atque ventura ira.
Libera me, Domine, de morte aeterna.
Quando coeli movendi sunt i terra.
Dies illa, dies irae, calamitatis
et miseriae, dies magna et amara valde.
Libera me, Domine.

Tenor
It seems that out of battle I escaped
Down some profound dull tunnel, long since scooped
Through granites which titanic wars had groined.
Yet also there encumbered sleepers groaned,
Too fast in thought or death to be bestirred.
Then, as I probed them, one sprang up, and stared
With piteous recognition in fixed eyes,
Lifting distressful hands as if to bless.
And no guns thumped, or down the flues made moan.
"Strange friend," I said, "here is no cause to mourn."

Barítono
"None", said the other, "save the undone years,
The hopelessness. Whatever hope is yours,
Was my life also; I went hunting wild
After the wildest beauty in the world,
For by my glee might many men have laughed,
And of my weeping something had been left,
Which must die now. I mean the truth untold,
The pity of war, the pity war distilled.
Now men will go content with what we spoiled.
Or, discontent, boil boldly, and be spilled.
They will be swift with swiftness of the tigress,
None will break ranks, though nations trek from progress.
Miss we the march of this retreating world
Into vain citadels that are not walled.
Then, when much blood had clogged their chariot-wheels
I would go up and wash them from sweet wells,
Even from wells we sunk too deep for war,
Even from the sweetest wells that ever were.
I am the enemy you killed, my friend.
I knew you in this dark; for so you frowned
Yesterday through me as you jabbed and killed.
I parried; but my hands were loath and cold.
Let us sleep now..."

Niños, Coro y Soprano
In paridisum deducant te Angeli;
in tuo adventu suscipiant te Martyres,
et perducant te in civitatem sanctam
Jerusalem. Chorus Angelorum te suscipiat,
et cum Lazaro quondam paupere aeternam
habeas requiem.

Niños
Requiem aeternam dona eis, Domine:
et lux perpetua luceat eis.

Coro
In paridisum deducant te Angeli;
in tuo adventu suscipiant te Martyres,
et perducant te in civitatem sanctam
Jerusalem.

Soprano
Chorus Angelorum te suscipiat,
et cum Lazaro quondam paupere aeternam
habeas requiem.

Tenor y Barítono
Let us sleep now.

Coro
Requiescant in pace. Amen.

sábado, 18 de agosto de 2012

Lirismo y rusticidad en Beethoven

Una de las más populares Sonatas para violín y piano de Beethoven, la nº5, conocida como Primavera, abre esta integral que Midori Seiler y Jos van Immerseel han registrado para el sello Zig Zag, y el sonido de ese Allegro de partida es de un lirismo tan intenso que parece en efecto que la brisa fresca de la primavera entrara como una cuña en el centro mismo del estío sevillano. Dentro del movimiento historicista, el pianista y director Jos van Immerseel es uno de los que más lejos ha llegado en su intento de restituir el sonido original de la música del siglo XIX, como sus grabaciones de Berlioz, Liszt, Rimski y hasta Ravel desvelan. Pero su trabajo sobre el mundo del Clasicismo es también extraordinario y sus Sinfonías de Beethoven se cuentan entre las más esclarecedoras y sugerentes de la historia de la fonografía.

Su dúo con la violinista Midori Seiler es ya un clásico (se le recuerda una actuación en el Lope de Vega sevillano durante un Festival de Música Antigua). Aquí, Van Immerseel toca una copia de un Anton Walter de finales del XVIII y Seiler, un violín italiano de mediados de aquel siglo tratando de acercarse al tipo de interpretación que podría esperarse de unas obras que, salvo la 10ª y última, escrita en 1812, datan de entre 1797 y 1803. Los dos solistas huyen aquí de la redondez y regularidad del sonido tanto como del rubato exagerado, logrando una visión contrastada entre la delicadeza más depurada y exquisita y la rusticidad más agreste, desinhibida y bravucona.
[Diario de Sevilla. 29-07-2012]

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827): COMPLETE SONATAS FOR VIOLIN & PIANO
Midori Seiler, violín (anónimo italiano de mediados del siglo XVIII, con arco de Rudolf Hopffner, 2000)
Jos van Immerseel, piano (Christopher Clarke, 1988, a partir de un modelo original de Anton Walter, finales del siglo XVIII)

CD 1 [78'44'']
1. Sonata para violín y piano nº5 en fa mayor Op.24 Primavera
2. Sonata para violín y piano nº1 en re mayor Op.12 nº1
3. Sonata para violín y piano nº2 en la mayor Op.12 nº2
4. Sonata para violín y piano nº3 en mi bemol mayor Op.12 nº3


Beethoven: I. Allegro de la Sonata para violín y piano nº5 [10'01''] Midori Seiler. Jos van Immerseel


CD 2 [75'49'']
1. Sonata para violín y piano nº6 en la mayor Op.30 nº1
2. Sonata para violín y piano nº7 en do menor Op.30 nº2
3. Sonata para violín y piano nº10 en sol mayor Op.96


Beethoven: II. Adagio cantabile de la Sonata para violín y piano nº7 [8'43''] Midori Seiler. Jos van Immerseel


CD 3 [79'30'']
1. Sonata para violín y piano nº4 en la menor Op.23
2. Sonata para violín y piano nº8 en sol mayor Op.30 nº3
3. Sonata para violín y piano nº9 en la mayor Op.47 A Kreutzer

Beethoven: III. Presto de la Sonata para violín y piano nº9 [9'54''] Midori Seiler. Jos van Immerseel

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3 CD ZIG ZAG TERRITOIRES ZZT307 (Diverdi)
Grabación: Enero de 2007 (Sonatas 1-3), Marzo y Abril de 2008 (Sonatas 4-7) y Julio de 2009

martes, 14 de agosto de 2012

Barce esencial

[Ramón Barce (Madrid, 1928-2008)]
El de Ramón Barce (Madrid, 1928-2008) es uno de los nombres capitales de la música española de los últimos 60 años. Miembro de la llamada Generación del 51, que cargó sobre sus espaldas con la responsabilidad de la renovación del panorama musical español de la posguerra, su figura aparece detrás de las iniciativas más rompedoras del tiempo, como la del Grupo Nueva Música (1958) o la del proyecto Zaj que, cercano al movimiento internacional Fluxus, creó Juan Hidalgo en 1964 con su estrecha colaboración. Pero la actividad del músico madrileño va mucho más allá de la agitación cultural. Catedrático de Literatura de instituto durante toda su vida laboral activa, Barce fue un humanista, especialmente interesado por la literatura, la filosofía y la sociología. Traductor de la Armonía de Schoenberg, de Heidegger y de Lukacs, entre otros muchos autores contemporáneos, guionista de cine, editor, crítico, musicólogo, conferenciante brillantísimo, Ramón Barce fue, ahora que se abusa tanto del sustantivo, un verdadero intelectual, curioso, inquisitivo y original, pues entre sus mayores logros se cuenta la creación de un sistema armónico nuevo, el Sistema de Niveles, que elaboró entre 1965 y 1966 y usó desde entonces para toda su música.

La obra musical de Barce es amplia e incluye sinfonías (seis, todas tardías) y una extensísima variedad de piezas de cámara entre las que los once cuartetos de cuerda son especialmente representativos de su personalidad creativa, que arranca del expresionismo de la Segunda Escuela de Viena. Respecto al núcleo de compositores que formaban Nueva Música, el propio Barce declararía después: "Las ideas que teníamos en común, suponiendo que tuviéramos alguna, eran muy vagas: interés abstracto por renovar la música, acercamiento a la escuela de Viena, rechazo del neoclasicismo y en general de todo lo francés y, sobre todo, un distanciamiento de Falla y de la herencia nacionalista".

Ese carácter expresionista se aprecia ya bien en el Cuarteto nº1 (1958), obra esencialmente melódica. En el nº2 (1965) las relaciones verticales han pasado al primer plano, pero es el nº3, el conocido como Cuarteto Gauss (1973), el primero verdaderamente singular, por su trabajo sobre las texturas y el ruido. En el nº4 (1975) aplica en toda su extensión por vez primera el Sistema de Niveles, mientras que los nos.5-7 (1978) resultan de una esencialidad admirable; son bellos, fluidos y elegantes, aunque no les falten elementos dramáticos. Entre 1983 y 1984 1994 nacieron los tres siguientes de la serie (nos. 8-10), que contrastan con los anteriores por su especial densidad, mientras que el último (1999) es una obra breve, encargo de RTVE para un homenaje europeo a Perotin, el gran maestro del organum parisino del siglo XII. La producción de Verso, con el magnífico Cuarteto Leonor, resulta oportuna y extraordinaria, pues aquí se incluyen primeras grabaciones de muchas de estas obras, auténticamente esenciales para entender el devenir de la música española del último medio siglo.
[Diario de Sevilla. 11-08-2012]


RAMÓN BARCE (1928-2008): CUARTETOS DE CUERDA
Cuarteto Leonor

Delphine Caserta y Enrique Rivas, violines
Jaime Huertas, viola
Álvaro Huertas, violonchelo

CD 1 [64'15'']
1. Cuarteto I (1958)
2. Cuarteto II (1965)
3. Cuarteto III Gauss (1973)
4. Cuarteto IV (1975)


Barce: Cuarteto III. [19'14''] Cuarteto Leonor


CD 2 [44'26'']
1. Cuarteto V (1978)
2. Cuarteto VI (1978)
3. Cuarteto VII De la Salud (1978)


Barce: 3. Lento del Cuarteto VII [4'54''] Cuarteto Leonor


CD 3 [63'16'']
1. Cuarteto VIII (1983)
2. Cuarteto IX (1994)
3. Cuarteto X (1994)
4. Cuarteto XI (Pieza para cuarteto) (1999)


Barce: Cuarteto IX. [15'37''] Cuarteto Leonor

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3 CD VERSO VRS 2120 (Diverdi)
Grabación: Junio, Octubre, Noviembre y Diciembre de 2010 y Marzo y Noviembre de 2011

sábado, 11 de agosto de 2012

Mahleriana de estío

[Gustav Mahler]
Pasados dos años consecutivos de efemérides a cuenta de sus fechas vitales, la figura de Gustav Mahler (1860-1911) se asienta como una de las más populares entre los aficionados a la música sinfónica. Aunque su carácter monumental determina que buena parte de estas obras no sean adecuadas para todas las orquestas españolas, la proliferación de publicaciones bibliográficas y discográficas de estos años ha acercado el arte del compositor austriaco al melómano español medio.

Uno de los más significativos efectos provocados por la creciente difusión de la música de Mahler y el aprecio que los aficionados parecen sentir por ella tiene que ver con la multiplicación del número de orquestas y de directores que se consideran capacitados para acercarse a sus pentagramas, lo que tiene también su reflejo en el mundo del disco. Las grandes orquestas y los más célebres maestros siguen produciendo grabaciones mahlerianas con regularidad (y ahí están, por ejemplo, las series de la Orquesta del Concertegbouw con Jansons y la de San Francisco con Tilson Thomas), pero a su lado empiezan a destacar proyectos de conjuntos y directores menos conocidos.

Muy interesante es el registro de la 9ª Sinfonía que un conjunto modesto pero histórico publica en el sello Pan Classics. Se trata de la Badische Staatskapelle de Karslruhe, que grabó la obra en directo en julio de 2011, dentro de los actos conmemorativos de su 350º aniversario. Nada menos que tres siglos y medio de una orquesta que ahora está regida por la batuta del británico Justin Brown (Londres, 1964), quien hace aquí un Mahler intenso y nervioso, incluso urgente, un rasgo que alcanza su paroxismo en el frenético final del tercer movimiento para desintegrarse en un final de un lirismo apaciguante, bastante diferente al que consigue el polémico director ruso Mark Gorenstein (Odesa, 1946) al frente de otro conjunto histórico, pero que ha pasado por peripecias muy diversas, la Orquesta Académica Estatal de la Federación Rusa, que rigiera durante años el mítico Svetlanov. Su registro, realizado en 2010 y publicado hace poco por el sello MDG, ofrece la cara más trágica de Mahler: el tempo es siempre muy lento (95 minutos le dura la obra, 15 más que a Brown), los contrastes llegan a lo agresivo, y la serenidad del final aparece atravesada por sombras inquietantes. El conjunto ruso muestra un sonido más afilado, hiriente, también más nítido, que el alemán.

Una de las sorpresas mahlerianas de los últimos años es la del director inglés Jonathan Nott (Solihull, 1962), quien al frente de la Sinfónica de Bamberg está ofreciendo en el sello suizo Tudor una integral que llega a su séptima etapa justo con la (y a falta, que yo sepa, de , , 10ª y Canción de la Tierra). El registro confirma, aun a despecho de cierta falta de poesía y misterio en las dos Nachtmusik, la solidez del proyecto: hay en el Mahler de Nott elegancia, contraste, variedad expresiva y un equilibrio extraordinario entre las grandes líneas y los detalles. La respuesta del conjunto de Bamberg es en todo caso brillante.
[Diario de Sevilla. 4-08-2012]


GUSTAV MAHLER (1860-1911): SYMPHONY Nº9
Badische Staatskapelle Karlsruhe
Director: Justin Brown
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PAN CLASSICS PC 10262 (Diverdi) [79'54'']
Grabación: Julio de 2011


Mahler: IV. Adagio. Sehr langsam und noch zurückhaltend de la Sinfonía nº9. [24'16''] Badische Staatskapelle Karlsruhe. Justin Brown.




GUSTAV MAHLER (1860-1911): SYMPHONY Nº 9
Orquesta Académica Estatal de la Federación Rusa
Director: Mark Gorenstein
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2 CD MDG 648 1719-2 (Diverdi) [95'01'']
Grabación: Febrero de 2010


Mahler: II. In Tempo eines gemächlichen Ländlers. Etwas täppisch und sehr derb de la Sinfonía nº9. [17'45''] Orquesta Académica Estatal de la Federación Rusa. Mark Gorenstein




GUSTAV MAHLER: SYMPHONY Nº7
Orquesta Sinfónica de Bamberg
Director: Jonathan Nott
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TUDOR 7176 (Diverdi) [79'50'']
Grabación: Julio de 2011


Mahler: I. Langsam (Adagio) - Allegro risoluto, ma non troppo de la Sinfonía nº7. [21'56''] Orquesta Sinfónica de Bamberg. Jonathan Nott

martes, 7 de agosto de 2012

Barenboim para todos

[Daniel Barenboim con la WEDO en el Teatro de la Maestranza de Sevilla (18-07-12). © Antonio Pizarro]
En 1999 Daniel Barenboim y Edward Said crearon en Weimar la West-Eastern Divan Orchestra y el sello Teldec publicó la primera integral de Sinfonías de Beethoven registradas por el maestro argentino. El compositor había sido una constante en la carrera fonográfica del músico, desde que a finales de los años 60 grabase como pianista por primera vez las Sonatas y los Conciertos. Siguieron luego las grandes colecciones de música de cámara. Sus primeros registros beethovenianos como director datan de mediados de los 70, y son los Conciertos para piano (que tocó Rubinstein) y el Concierto (Isaac Stern) y las Romanzas (Pinchas Zukerman) para violín.

Antes de aquella integral del 99, Barenboim había grabado alguna sinfonía del genio de Bonn, siendo su registro de la para el sello Erato justamente recordado. Después vinieron algunas más hasta este proyecto, Beethoven for all, que incluye la nueva versión de las Sinfonías, registradas en Colonia con la WEDO en el verano de 2011, así como nuevas interpretaciones de los Conciertos para piano (con su otra orquesta, responsable de su primera integral sinfónica, la Staatskapelle de Berlín) y de las Sonatas, cuya aparición está prevista por Decca para el próximo otoño.

Barenboim es un director anclado en la gran tradición centroeuropea, y eso no ha cambiado nada de 1999 hasta hoy. Su Beethoven no tiene nada que ver pues con el de los historicistas (de Norrington a Van Immerseel pasando por Harnoncourt, Brüggen o Herreweghe) dirijan estos orquestas de instrumentos de época o convencionales, pero tampoco con las visiones renovadas de este ciclo que han planteado otros maestros, como AbbadoRattle, Mackerras, Zinman o muy recientemente Chailly. El Beethoven de Barenboim es el del compositor visionario, ardiente y poderoso, el demiurgo que cargó con todo el dolor de la condición humana para expresarlo en una música grandiosa, épica, heroica, dramática, trascendente.

Barenboim no puede eludir en cualquier caso el tiempo en el que vive, y aunque su Beethoven es de raíz profundamente romántica, hay rasgos en estas interpretaciones que lo dulcifican, como demuestra el cuidado puesto en la transparencia, el equilibrio y la entraña reflexiva de los tiempos lentos. Las dos primeras sinfonías son en esencia clásicas, y Barenboim usa para ellas plantillas algo más cortas. El sonido es en cualquier caso denso, por momentos rocoso, aunque la claridad está garantizada, alcanzando incluso momentos de gran belleza sensual (Larghetto de la ). En ambos casos, el tempo es más lento que el empleado en sus recientes interpretaciones sevillanas. La Heroica resulta de una gran intensidad y concentración. Aun sin la terribilità de un Klemperer, contiene una Marcha fúnebre auténticamente antológica. La sensualidad y las gotas de lirismo de la reaparecen en una muy distendida. La resulta de un dramatismo descarnado, aunque su inicio sea de una desconcertante falta de brío. Extraordinario una vez más el tiempo lento, fraseado con delectación. Pastoral de carácter lírico y contemplativo, que permite un vivo contraste con la llegada de la tormenta, aunque en general hay en ella menos poesía de la que podía preverse. La parece un punto embridada (arranque y final, algo contenidos), con un Allegretto de exacerbada melancolía. impulsiva, pero cálida y espléndidamente matizada, antes de una que contiene toda la hondura humanista de la pieza, pero es más luminosa y lírica, y se presenta sin el carácter tremendista y oscuro de otras interpretaciones (en vivo y en disco) que yo recuerde del músico.
[Publicado ligeramente reducido en Diario de Sevilla. 29-07-2012]


LUDWIG VAN BEETHOVEN 81770-1827): SYMPHONIES 1-9
West-Eastern Divan Orchestra
Director: Daniel Barenboim

CD 1 [76'31'']
1. Sinfonía nº1 en do mayor Op.21
2. Sinfonía nº3 en mi bemol mayor Op.55 Heroica


Beethoven: II. Marcia funebre - Adagio Assai de la Sinfonía nº3. [15'59''] WEDO. Barenboim

CD 2 [69'41'']
1. Sinfonía nº2 en re mayor Op.36
2. Sinfonía nº4 en mi bemol mayor Op.60


Beethoven: I. Adagio molto - Allegro con brio de la Sinfonía nº2. [13'03''] WEDO. Barenboim

CD 3 [74'44'']
1. Sinfonía nº5 en do menor Op.67
2. Sinfonía nº6 en fa mayor Op.68 Pastoral


Beethoven: II. Andante con moto de la Sinfonía nº5. [10'12''] WEDO. Barenboim

CD 4 [63'43'']
1. Sinfonía nº7 en la mayor Op.92
2. Sinfonía nº8 en fa mayor Op.93


Beethoven: IV. Allegro con brio de la Sinfonía nº7. [6'58''] WEDO. Barenboim

CD 5 [71'51'']
Anna Samuil, soprano
Waltraud Meier, mezzosoprano
Peter Seiffert, tenor
Wolfgang Koch, bajo
Vokalensemble Kölner Dom

Sinfonía nº9 en re menor Op.125 Coral


Beethoven: III. Adagio molto e cantabile de la Sinfonía nº9. [16'44''] WEDO. Barenboim
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5 CD DECCA 478 3511 (Universal)
Grabación: Agosto de 2011
[La caja incluye una tarjeta con un código personal que da acceso a la web www.beethovenforall.es en donde se ofrece material gráfico, vídeos y, de momento, el regalo de la antigua grabación de Barenboim en DG de la Sonata Claro de luna para descargársela en versión mp3 o flac, aunque prometen ir añadiendo material nuevo en el futuro]

jueves, 2 de agosto de 2012

Schumann al desnudo

La de Robert Schumann (Zwickau, 1810 - Endenich, 1856) es una figura que se presta a la perfección como ejemplo de artista romántico enfrentado permanentemente al medio exterior y a su propio y convulso mundo interior. Hay suficientes elementos en la biografía del compositor como para inflamar la imaginación del más pasivo de los novelistas: la lesión que le obligó a abandonar el mundo profesional del piano, provocada por su propia obsesión virtuosística; su pasión por Clara, la joven hija de su maestro, que lo llevó a una relación clandestina y a un matrimonio sin la aprobación paterna; su trastorno bipolar y sus continuas depresiones, que lo condujeron al suicidio frustrado; su muerte en un sanatorio mental cercano a Bonn.

Pero además de eso, Schumann fue también uno de los más lúcidos críticos musicales del XIX y por supuesto el autor de una música que se ajusta admirablemente al espíritu de su tiempo. Hay en la producción del germano una singular ordenación en la dedicación a los géneros: su primera década como compositor está centrada en el piano; 1840 es el año del lied; 1841, el de la sinfonía; 1842, el de la música de cámara; 1843, el del oratorio. Aquel mismo año una fuerte crisis depresiva lo alejó de la composición, que retoma en 1846, cuando los géneros empiezan a mezclarse y su música se hace más audaz y visionaria.

Resulta curioso que Schumann pareciera consciente de su doble personalidad, pues a menudo firmó tanto sus escritos críticos y teóricos como sus obras musicales con un par de heterónimos que representaban las dos partes disociadas de su pensamiento artístico, Eusebius, el reflexivo, el apolíneo, y Florestán, el exaltado, el pasional. El clásico y el romántico, podría también decirse. Schumann representa bien ese espíritu de los primeros románticos que combinaron el uso de las formas clásicas (sonatas, sinfonías, cuartetos, tríos) con otras más breves y sin perfiles definidos (impromptus, fantasías) en las que la idea, a menudo la confesión íntima, pasaba por delante de la forma.

El mundo camerístico es, por su esencialidad y desnudez, ideal para penetrar y entender el universo estético de Schumann, y este álbum de siete cedés que acaba de publicar el sello Alpha es una herramienta magnífica para este propósito. Contiene las obras de cámara con participación de piano del compositor (también las escritas para piano a 4 manos), y su origen es la integral que el pianista francés Eric Le Sage viene dedicando desde hace años a este sector de la producción schumanniana conjuntamente con el de la música para piano solo. Sus acompañantes son extraordinarios y el lote ahora presentado es formidable, pues incluye las grandes obras (el Quinteto y el Cuarteto de 1842, las 3 Sonatas para violín, de 1851 a 1853, los 3 Tríos, de 1847 a 1851), pero también otras menos transitadas, en las que el piano comparte protagonismo con la viola, el cello, el clarinete, el oboe o la trompa.
[Diario de Sevilla. 21-07-2012]



ROBERT SCHUMANN (1810-1856): COMPLETE CHAMBER MUSIC WITH PIANO

CD 1 [74'56'']
Eric Le Sage, piano
François Leleux, oboe
Paul Meyer, clarinete
Jean-Guihen Queyras, violonchelo
Antoine Tamestit, viola
Bruno Schneider, trompa

1. Tres romanzas para oboe y piano  Op.94
2. Tres Phantasiestücke para clarinete y piano Op.73 
3. Cinco piezas en tono popular para violonchelo y piano Op.102
4. Märchenbilder para viola y piano Op.113
5. Märchenerzählungen para clarinete, viola y piano Op.132
6. Adagio y Allegro para trompa y piano Op.70

Schumann: Phantasiestücke Op.73 nº3. [3'24''] Le Sage, Meyer

CD 2 [70'12'']
Eric Le Sage, piano
Gordan Nikolitch, violín

1. Sonata para violín y piano nº2 en re menor Op.121
2. Sonata para violín y piano nº1 en la menor Op.105
3. Sonata para violín y piano nº3 en la menor Op. posth.

Schumann: IV. Finale. Markirtes, ziemlich lebhaftes Tempo de la Sonata para violín y piano nº3 en la menor Op. posth. [6'48''] Le Sage, Nikolitch

CD 3 [50'20'']
Eric Le Sage y Frank Braley, pianos
François Salque y Victor Julien-Laferrière, violonchelos
Bruno Schneider, trompa

1. Andante y Variaciones para 2 pianos, 2 violonchelos y trompa Op.46
2. 6 estudios en forma de canon para piano con pedalero Op.56 (transcripción para piano a cuatro manos de Claude Debussy, 1862-1918)
3. Bilder Aus Osten, 6 impromptus Op.66 para piano a cuatro manos

Schumann: Andante y Variaciones para 2 pianos, 2 violonchelos y trompa Op.46. [18'59''] Salque, Julien-Laferrière, Schneider, Braley, Le Sage. 

CD 4 [62'55'']
Eric Le Sage (1-3), Frank Braley (2) y Denis Pascal (2-3), pianos

1. 12 piezas para jóvenes y niños mayores Op.55 para piano a cuatro manos
2. Ball-Scenen, 9 piezas características en tono popular Op.109 para piano a cuatro manos
3. Kinderball, 6 piezas de danza fáciles Op.130, para piano a cuatro manos

Schumann: IX. Promenade de Ball-Scenen Op.109. [4'28''] Le Sage, Pascal

CD 5 [60'19'']
Eric Le Sage, piano
Gordan Nikolitch, violín
Christophe Coin, violonchelo

1. Trío nº1 en  re menor Op.63
2. Trío nº2 en fa mayor Op.80

Schumann: III. Langsam, mit inniger Empfindung del Trío nº1 [7'01''] Le Sage, Nikolitch, Coin

CD 6 [62'37'']
Eric Le Sage, piano
Gordan Nikolitch, violín
Christophe Coin, violonchelo
Paul Meyer, clarinete

1. Trío nº3 en sol menor Op.110
2. Fantasiestücke en la menor Op.88, para piano, violín y violonchelo
3. 6 piezas en canon Op.56, para clariente, violonchelo y piano

Schumann: VI. Adagio de 6 piezas en canon Op.56 [3'26''] Mayer, Coin, Le Sage

CD 7 [57'13'']
Eric Le Sage, piano
Gordan Nikolitch (1-2) y Daishin Kashimoto (1), violines
Lise Berthaud, viola
François Salque, violonchelo

1. Quinteto con piano en mi bemol mayor Op.44
2. Cuarteto con piano en mi bemol mayor Op.47

Schumann: IV. Allegro ma non troppo del Quinteto con piano Op.44. [7'14''] Nikolitch, Kashimoto, Berthaud, Salque, Le Sage
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7 CD Alpha 812 (Diverdi)
Grabaciones: Agosto de 2006 (CD 1/ 3 y CD 2), Septiembre de 2006 (CD 1/ 1, 2, 4, 5 y 6), Abril de 2008 (CD 3), Agosto de 2008 (CD 4), Agosto y Noviembre de 2009 (CD 5 y CD 6), Noviembre de 2009 (CD 7)