Su riquísimo patrimonio histórico, junto con las iniciativas que en las últimas décadas se han desarrollado para ponerlo en valor y difundirlo, hacen de Sevilla una ciudad ideal como centro de investigación, formación e interpretación de la llamada música antigua. Este patrimonio abarca por supuesto el legado que nos dejaron los compositores que nacieron y trabajaron en la ciudad, pero también los archivos, las bibliotecas, las iglesias, los palacios, los órganos, que nos hablan de un pasado de singular riqueza.
La música medieval en la Península Ibérica, y muy especialmente en Andalucía, queda marcada por una circunstancia que la distingue de la del resto del continente: la presencia de reinos musulmanes durante casi ocho siglos determinó que, además del desarrollo del repertorio sacro característico de las comunidades cristianas, se forjara otro completamente diferente, típico de la civilización islámica y en el que tuvo especial relevancia la producción de música profana. La llegada de Ziryab a Córdoba en el siglo IX dio paso a un período de extraordinario esplendor musical en todo Al-Andalus. Ziryab introdujo el laúd de cinco cuerdas y el plectro y creó el primer Conservatorio del mundo islámico. El ejemplo de la Córdoba de los emires alcanzó al desarrollo musical de otros centros, muy singularmente de Sevilla, que vivió un período de notable brillo cultural en tiempos del rey-poeta Almutamid. Por supuesto, que ni una nota de la producción islámica ha quedado registrada en un papel de aquella época, pero lejos de perderse, este repertorio, transmitido por vía oral, se ha conservado en comunidades del norte de África y hoy tiene una presencia viva también en Sevilla, donde residen conjuntos que frecuentan la música arábigo-andalusí.
Los avances cristianos en el valle del Guadalquivir durante el siglo XIII, que culminarían con la conquista de Sevilla en 1248, supusieron la llegada al sur de España de un repertorio diferente: la lírica trovadoresca arriba a Sevilla disfrazada de espiritualidad. Alfonso X de Castilla, el Rey Sabio, establece su corte en el Alcázar de la ciudad, al que somete a importantes reformas, y allí trabaja entre otros muchos proyectos en sus manuscritos de cantigas dedicadas a Santa María, que es tratada en ellas como la dama de tantos poemas de amor cortés. La lírica monódica medieval alcanza en estas obras el punto culminante de su desarrollo en España al unirse en ellas no solo lo mejor del arte literario, musical y miniaturista de la época, sino también las tradiciones de las comunidades musulmana, cristiana y judía.
Es, en cualquier modo, en el siglo XVI cuando Sevilla iba a conocer una expansión sin precedentes, que la harían capital financiera, y en buena medida cultural, del mundo occidental. Tras el descubrimiento de América, la ciudad se convierte en puerto exclusivo para el comercio con el nuevo continente, lo que provocará un espectacular crecimiento demográfico que acabaría por convertirla a finales del siglo en la segunda urbe en número de habitantes de toda la Cristiandad. Como previendo lo que habría de acontecer, en 1401 los miembros del cabildo eclesiástico sevillano habían tomado la decisión de construir una nueva catedral de dimensiones colosales: “Fagamos una iglesia tal e tan grande que los que la vieren nos tomen por locos”, dejaron escrito. Sus sucesores se encargaron de llenarla de la mejor música que entonces se componía en toda Europa.
El siglo de la polifonía es en efecto el siglo de oro de la música española, que tiene en Sevilla uno de sus núcleos más destacados: compositores como Pedro Escobar, Francisco de Peñalosa, Rodrigo de Ceballos, Juan Vásquez, Cristóbal de Morales o Francisco Guerrero configuran una nómina de talentos mundialmente apreciados, e incluso la principal figura de la conocida como escuela castellana, el abulense Tomás Luis de Victoria, de quien en este 2011 se conmemora el cuarto centenario de su muerte, está vinculada a la escuela sevillana por intermediación de su maestro, el hispalense Juan Navarro. Pero no solo el arte sacro luce en el Renacimiento sevillano, sino también la música profana, de la que son buen testigo los cancioneros de la época -alguno directamente vinculado a la ciudad, como el de la Colombina, que aquí se conserva-, y las ediciones de canciones, villanescas y música instrumental, singularmente para vihuela.
El brillo y el prestigio de la polifonía renacentista han oscurecido el estudio y conocimiento de la música barroca, en España y en Sevilla. El XVII es desde luego un siglo de decadencia para la monarquía hispánica, pero las luces del pasado artístico no se diluyeron de repente. La vida musical en la Catedral sevillana siguió gozando de notable prestigio, y nombres como los de Alonso Lobo o Diego José de Salazar, que marcan los dos extremos del siglo, nos sugieren la existencia de un arte vívido y exuberante. Testimonio de la excelencia musical es por ejemplo la Facultad orgánica del sevillano Francisco Correa de Arauxo, una colección esencial en el desarrollo de la música para órgano de la época.
No faltan en el siglo XVIII grandes maestros de la música sacra vinculados a Sevilla, como Pedro Rabassa, que pasó más de 30 años como maestro de capilla de la catedral, fundiendo en sus obras el tradicional estilo español con las novedades importadas de Italia, pero es en el arte instrumental donde se producen los hechos de mayor significación universal: la presencia de Domenico Scarlatti durante los cuatro años que permanecieron en la ciudad el futuro Fernando VI y su esposa, la infanta portuguesa María Bárbara de Braganza, significó para el compositor napolitano un contacto con los ritmos y aires del sur de España que quedarían sutilmente atrapados en su impresionante producción de sonatas para teclado. Al calor y al recuerdo de Scarlatti florecen también talentos locales, como Manuel Blasco de Nebra, lamentablemente fallecido joven, pero cuya música está alcanzando en los últimos años un amplio reconocimiento por parte de pianistas ilustres. ¿Y cómo olvidar que Manuel García, el tenor que estrenó el Fígaro rossiniano, compuso óperas de éxito para teatros de diversos países, creó una escuela de canto de trascendencia internacional y llevó la ópera italiana hasta Nueva York nació en el barrio del Arenal, justo al lado de donde ahora se levanta el gran templo de la lírica sevillana de nuestros días, el Teatro de la Maestranza?
Porque todo este legado musical del que hablo no puede considerarse letra muerta. Está vivo, gracias a que en las últimas décadas la ciudad ha conocido un desarrollo en materia cultural que ha afectado muy especialmente a la música antigua, impulsada por la labor callada y entusiasta de profesores y alumnos, por las programaciones de festivales y ciclos diversos, por la proliferación de conjuntos que poco a poco han empezado a darse a conocer en el exterior. Queda sin embargo mucho por hacer. Los archivos, no solo de la capital, sino de localidades cercanas tan florecientes antaño como Écija, Osuna, Marchena, Carmona u Olivares están repletos de partituras que, aunque en muchos casos ya catalogadas, esperan pacientemente al intérprete que sea capaz de quitarles el polvo y ofrecerlas rejuvenecidas a los oídos contemporáneos. Queda aún mucho por hacer. Sevilla conserva uno de los mayores patrimonios organísticos de España: más de 30 instrumentos históricos, considerados estos como los construidos antes de 1900, sobreviven en la capital, unos 110 en toda la provincia. Lamentablemente, el estado de este riquísimo patrimonio no es el ideal, pero en los últimos años se han emprendido restauraciones que han servido para rescatar instrumentos de altísimo valor y se han desarrollado iniciativas que empujan al optimismo, como la Academia de Órgano de Andalucía, celebrada por última vez en 2009 y que urge rescatar. Quedan sin duda cosas por hacer. Pero la ciudad, con una infraestructura de teatros y auditorios renovada hace poco, y con el inmenso patrimonio de sus numerosas iglesias a disposición de programadores e intérpretes, se encuentra bien situada para consolidarse como referencia internacional dentro del campo apasionante de la música antigua. Este Centro Cultural de Santa Clara que hoy nos acoge, recién inaugurado y sede del FeMÁS, es un eslabón más, puede que decisivo, en la cadena que trata de conectar un pasado culturalmente glorioso con un presente esperanzador y, lo más importante, con un futuro que está por diseñar, abierto y cargado de posibilidades.
[Ponencia leída en la Reunión de ciudades creativas de la Música de la Unesco. Sevilla, 19-03-2011]
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