[Grigori Sokolov en Hamburgo (4-02-08). © Jens Jürgen Schaefer] |
Como la memoria personal es selectiva, uno recuerda la entrada rauda, casi flotando sobre el suelo, de Kissin antes de que la noche se transformara en sus manos, los estallidos sonoros de Sokolov, el derrame de propinas de Barenboim, la cuerda rota de Pogorelich, la elegancia de Pires, los colosales primeros 80 minutos de Schiff, la original profundidad de Aimard, el Chopin de Zimerman, las manos rápidas de Lang Lang, el refinamiento del rudo Lupu, la magia de Perianes… En pocos días Lugansky nos devolverá a aquel 2 de mayo del 91 con un 2º de Rachmaninov que a poco que Halffter esté inspirado puede ser histórico, y para los próximos años, las nuevas generaciones deberían incorporarse con naturalidad al teatro. Apetece escuchar a Tharaud, a Ott, a Lewis, a Wang, a Thibergien, a Abduraimov, a Blechaz, a Jáuregui, a Fellner, a la siempre sugerente Gabriela Montero, o recuperar a Andsnes, que pasó, jovencísimo, por la Expo para no volver. Eso sí, convendría renovar pronto los instrumentos de teatro y orquesta, vencidos ya por el tiempo.
[Diario de Sevilla. 28-04-2011]
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