En mayo de 2009 tuve la ocasión de entrevistar al director granadino Pablo Heras-Casado al que pregunté sobre su relación con Gérard Mortier y las reacciones que se habían producido en parte de los medios musicales españoles a causa de la inminente llegada del intendente belga al Teatro Real de Madrid. "[...] Salzburgo es Salzburgo, París es París y Madrid es Madrid, y ya digo que Mortier es una persona muy reflexiva, que sabe perfectamente que las tradiciones y los contextos artísticos son diferentes, y no me cabe la menor duda de que él todo esto lo va a tener en cuenta.", me decía muy juiciosamente Heras-Casado. El primero que pareció tenerlo claro era desde luego el propio Mortier, a quien Madrid le parecía una plaza menos dura que París, acaso un lugar idóneo para un retiro dorado, como los futbolistas que acaban sus carreras en Catar o Los Ángeles.
Pero Mortier carga allá donde vaya con su leyenda de hipermoderno, polémico y transgresor, una leyenda que habría que repasar con cuidado y acaso deconstruir, porque por lo que hemos ido sabiendo se trata más bien de un antimoderno al uso, que desprecia sin complejos la ciencia y la tecnología de nuestro tiempo, como demuestra su recurso al brujo homeópata de la tribu y su desdén hacia el uso de los ordenadores. Con su vida privada, el señor Mortier puede hacer por supuesto lo que le plazca sin que ello deba de interferir para nada en su actividad pública, un ámbito en el que, en cualquier caso, no para de pisar charcos desde que llegó. Los truenos, contenidos, estallaron por fin el pasado 15 de marzo, en la presentación de la temporada 2011-12 del Teatro Real, la primera que ha diseñado el ejecutivo belga en su totalidad; y no tanto por la programación en sí, que ha sido generalmente machacada sin piedad, aunque también haya encontrado algún defensor, sino por las opiniones vertidas por Mortier en el acto sobre el repertorio y los intérpretes españoles. Su desdeñosa consideración sobre el patrimonio musical español ya la conocíamos por una jugosa entrevista publicada por Scherzo en septiembre pasado, pero la andanada contra los cantantes españoles (que no saben distinguir, según él, a Puccini de Verdi y necesitarían una Academia para formarse) era nueva, y tan ridícula, que uno siente vergüenza ajena al escucharla. Hubo un Manifiesto de rechazo, aunque si los cantantes españoles querían defenderse casi lo mejor habría sido colgar en youtube esa parte de la intervención de Mortier. Ahí lo tienen: un tipo que llega para dirigir el Teatro Nacional de la Ópera de un país de 45 millones de habitantes, con una descentralización política como no existe en toda Europa, con decenas de centros de formación musical superior y que no solo piensa que sus cientos (¿miles?) de cantantes profesionales no saben "distinguir a Verdi de Puccini", sino que tiene el cuajo de decirlo públicamente delante de quienes lo contrataron, y no pasa nada. Madrid no es París. Desde luego.
El asunto del repertorio español no deja de resultar relevante. En la señalada entrevista para Scherzo, Mortier, para defenderse de su absoluto desconocimiento sobre el particular (aunque dice conocer muy bien a algunos músicos actuales; bueno, él dice "todos", pero eso es imposible, ya me entienden...) llegaba a afirmar que en realidad las buenas partituras no se pierden casi nunca, y que si no han llegado óperas españolas del siglo XIX por algo será. Un argumento muy científico. Lo cierto es que sobre el repertorio español pesan muchos prejuicios que en muchos casos hemos construido nosotros mismos. Durante mucho tiempo pareció que pasado el Siglo de Oro de la polifonía, en España no volvió a escucharse una obra musical digna de tal nombre hasta que aparecieron Albéniz y Falla. Cuando en enero pasado la Orquesta Barroca de Sevilla ofreció en una gira de conciertos una serie de obras de Pedro Rabassa, maestro de capilla de la Catedral de Sevilla en el siglo XVIII, fue muy normal leer en foros y blogs comentarios desdeñosos acerca de sus obras (ya saben, del tipo: sí, vale, que las rescaten, pero que la guarden en un cajón), en algunos casos realizados por tipos que ni siquiera habían asistido a los conciertos. No. Rabassa no es Bach. Rabassa es Rabassa. Rabassa componía su música en un contexto diferente al de Bach, apoyándose en una tradición diferente a la de Bach y dirigida a un público diferente al de Bach. Y Dios me libre de tratar de saldar la cuestión con argumentos relativistas. Lo que llevo escuchado de la música de Rabassa (otro disco anterior al concierto de la OBS y un oratorio que escuché en una Semana de Cuenca hace unos años) lo colocan artísticamente por debajo de Bach y de los más grandes talentos de la música barroca europea, pero: 1) De los grandes del Barroco conozco muchísima más música que de Rabassa; 2) los grandes son incomprensibles sin un contexto de autores no tan dotados pero que nutrieron de música de calidad (funcional: en el XVIII toda la música era funcional) a la sociedad de su tiempo; y 3) la música de Rabassa (como la de otros muchos compositores españoles que empiezan a llegarnos sobre todo a través del disco) es en sí misma muy disfrutable y no entiendo por qué razón hay que renunciar a ella por el hecho de que existan también Bach, Haendel y Zelenka. Que esta opinión denigratoria del repertorio histórico español sea difundida por dilettantes, ignorantes e izquierdistas de salón a la violeta es asunto menor, pero que la defienda públicamente el ejecutivo mejor pagado por los españoles para que se ocupe de uno de los centros de difusión musical más importantes del país es desde luego chocante. Hombre hombre...
Como en el caso de Mortier, los prejuicios también alcanzan en la música antigua a los intérpretes patrios e incluso a los musicólogos. Si no, vean este reportajito de El País a cuenta del Victoria que Michael Noone hará en Cuenca. Queda claro, ¿no? Si no llega a ser por un australiano y por el dinero chino, en España no sabríamos no ya quién es Rabassa, sino ni siquiera quién es Tomás Luis de Victoria. Pásmense. A cuenta de este asunto, se ha montado en los últimos días un buen pitoste en las redes sociales, y Emilio Moreno, como presidente de Gema, la Asociación de Grupos Españoles de Música Antigua, reaccionó publicando ayer en la web de la asociación una carta abierta dirigida al redactor de la información (imagino que se habrá mandado también a El País, cuya Defensora del lector, me consta, recibirá alguna otra de contenido similar). Conozco a muchos de los músicos que en las últimas horas se han mostrado indignados en el Facebook con el asunto, es más, soy amigo de algunos de ellos, y, aunque creo que tienen por supuesto motivos para sentirse decepcionados e incluso irritados, me choca esa pizca de histeria que se detecta en muchos comentarios. Al fin y al cabo, el joven Verdú solo se hace eco de la dejadez absoluta en que, es denuncia conocida de muchísimos músicos y grupos españoles, las administraciones públicas tienen a nuestros intérpretes y nuestro repertorio. Que unos chinos y un australiano se pusieran a tiro, gracias, qué curioso, a un Festival español, es solo una anécdota.
Ah, que se me olvidaba: España no es Grecia.
5 comentarios:
Bueno... no hay que acudir a extranjeros para que NO programen españoles... Eso ya pasa mucho en este país lleno de "infinitos" (por los años que llevan...y nadie los elige ni se les puede recmabiar a lo que parece) personajes a los que se les dan muuuuchos millones para programar y que siguen siendo muy displicentes con los músicos españoles y pacatamente adoradores de cualquier músico extranjero. Para muestra un botón (de entre tantos): "Festival de Músicas Contemplativas de Santiago de Compostela", muy cargado de presupuesto a juzgar por su programación... ningún grupo español. Y los músicos ni pío... por esta y por tantas...
En el mundillo se sabe quien y cómo es Mortier, Pablo. A tí no necesito decírtelo. Querían Mortier y lo tendrán en estado puro. Lo malo es que lo pagamos todos y encima nos trata de ignorantes y pueblerinos. Lo de menos, con ser importante, es que la programación de la próxima temporada del Real sea penosa. Lo de más es que este tipo venga a humillarnos y encima le rían las gracias.
Otra cosa: ¿Has escuchado el Requiem de Aumann que ha grabado Ars Antiqua Austria?
Uy, Orfeo, justamente tenía delante mío la programación de ese VI Festival de Música Contemplativas de Santiago de Compostela. Son 13 conciertos. La procedencia de los grupos por orden de actuación es esta: Inglaterra, Suecia, Uzbekistán, Azerbaiyán, Alemania, Mayotte - África, Francia, Inglaterra, Siria, India, Holanda, Egipto, Inglaterra... Pero no es cierto que los músicos estén calladitos. Me consta que es un tema que se ha tratado mucho con los responsables de Cultura del Ministerio e incluso se ha sugerido el tema de las cuotas, un sistema que rechazo de forma radical. Pero no estaría de más que se creara esa Academia de la que habla Mortier para atender a muchos programadores de festivales y ciclos que no se han enterado todavía (o no han querido enterarse) de lo que hay en España.
Teresa, a mí me interesa casi todo de esa programación del Real (desequilibrada, ya lo sé), pero, claro, yo no vivo en Madrid. Lo otro es sencillamente incalificable y debería provocar algo. ¿Nadie con poder se atreve a decir nada?
No sé quién es Aumann. ¿En qué sello está eso?
Te mando el link de Diverdi en el que lo he visto: http://www.diverdi.com/portal/detalle.aspx?id=44838
Te lo preguntaba porque me fío mucho de tu opinión, como sabes.
En cuanto a la programación del Real no digo que no sea interesante pero como tu dices es muy desequilibrada. No me paso el día escuchando La Traviata o Tosca pero me parece extravagante no programar una sola ópera de las llamadas de repertorio. Eso no pasa en ningún teatro del mundo. Y aquí, parece que o somos más rancios que nadie o nos pasamos de modernos pero está visto que el término medio no va con nosotros.
Si se trata de espantar al primer abono, salvo con dos o tres raros, lo tienen conseguido, eso está claro pero, en mi opinión, un teatro como el Real no puede permitirse el lujo de que las cuatro óperas más conocidas de toda una temporada, sean Elektra, La Clemenza di Tito, Rienzi, en versión concierto, y Lady Macbeth de Mtsenk, por muy bonitas e interesantes que sean las cuatro. Bueno, y el Pelleas de Debussy.
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