[El Teatro de la Maestranza de Sevilla visto desde la calle Betis © Guillermo Mendo]
Yo no había cumplido aún los 15 años. Recuerdo haber pasado un verano en un pueblecito de Valencia cercano a la localidad, más grande y próspera, de Liria. Recuerdo la señal informativa que uno se encontraba al aproximarse a ella: "Lliria, ciutat de la música". Tras sorprenderme por el uso de un idioma que no era el castellano (piensen que yo soy ya una persona mayor; faltaban todavía unos meses para el tejerazo) me pareció bonito eso de vivir en un lugar que se proclamaba a sí mismo "ciudad de la música". No podía yo imaginar entonces que acabaría viviendo en un sitio que recibiría ese título de un organismo internacional.
Si no me equivoco fue en 2007 cuando la Unesco otorgó a Sevilla el título de "Ciudad de la música", que comparte ahora mismo con Bolonia, Glasgow y Gante. Desde entonces hasta hoy, Sevilla ha visto reducida su programación operística y sinfónica a causa de los recortes drásticos que el propio Ayuntamiento ha hecho a su participación en el mantenimiento del Teatro de la Maestranza y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (a los que habrá que unir los que se anuncian en el futuro de Ministerio de Cultura y Junta de Andalucía), y ha visto desaparecer ciclos de tanta importancia como los de cámara, jazz y música antigua de la Fundación Cajasol, que también suprimió su línea de colaboración con la Orquesta Barroca de Sevilla. En estos días nos llegaba además la noticia de que la Junta de Andalucía ha decidido no seguir apoyando al Festival Turina, una loable iniciativa salida de la ilusión y el esfuerzo de una estupenda pianista noruega (Benedicte Palko) residente en la ciudad. El anuncio de la Consejería de Cultura llega además cuando el Festival, que había celebrado ya dos ediciones llenas de éxito, ultimaba los detalles para la tercera edición, prevista para septiembre de 2011. Todo esto unido nos coloca ante una oferta musical que, siendo sin duda muy superior a lo que había en la ciudad hace sólo un par de décadas, resulta ser mucho más pobre que la que existía cuando la Unesco decidió otorgarle el título de "ciudad creativa".
Sevilla, ciudad de la música. Un título hueco, pues si un honor de ese tipo no sirve para convertir la música en una prioridad en la vida cotidiana de los sevillanos, en la apuesta principal de su oferta cultural al mundo y en uno de los ejes sobre los que se sustente la construcción de un futuro mejor para la ciudad y sus moradores, ¿para qué demonios sirve?
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