[Pablo Valetti durante un ensayo con la Orquesta Barroca de Sevilla. © Alicia Robles] |
La grandeza de Bach no consiste en su poder de innovación, ciertamente reducido, sino en su capacidad para elaborar la gran síntesis entre la polifonía clásica heredada de los flamencos y la nueva armonía tonal en la que tanto se habían esforzado los italianos. Bach toma el género sonatístico directamente de Corelli, que había puesto orden en el estilo rapsódico y bizarro de los violinistas italianos del XVII dando forma y coherencia a la escritura instrumental, pero lo hace para enriquecer la tradición italiana con el sentido polifónico que se había seguido cultivando en el Imperio. Puede tomarse la colección de sonatas para clave y violín BWV 1014-1019: no nos encontramos aquí en el ámbito de la habitual escritura para violín acompañado, que era ya tradicional en Italia, sino en el terreno de la polifonía, de la sonata en trío si se quiere, aunque la visión que Bach tenía de la forma era algo distinta de la de los músicos italianos, que hacían dialogar a dos voces superiores sobre el bajo. Para Bach, las tres voces tienen la misma importancia, intercambian sus papeles, son alternativamente melódicas y acompañantes o simplemente forman una textura en tres partes de igual relevancia.
En tres días hemos tenido la oportunidad de escuchar en un mismo espacio (la Iglesia de los Terceros de Sevilla) dos planteamientos diferentes de esta misma música. El lunes Pablo Valetti y Céline Frisch volcaron su interpretación del lado del contrapunto. Lo importante es apreciar cómo Bach trabajó las tres voces, cómo las va trenzando y destrenzando, sus juegos puramente musicales, y todo lo demás es superfluo, parecieron decirnos. Ayer, Raúl Orellana y Davide Merello operaron en dirección contraria: vale la pena entender que esta música tenía un sentido retórico muy preciso, que pretendía mover los afectos del oyente, vinieron a contarnos. Por eso, Valetti y Frisch buscaron el equilibirio entre las partes, lo que exige un dominio del clave sobre el violín, mientras que Orellana y Merello parecieron menos preocupados por la transparencia de la polifonía y optaron por una visión más ornamental, más lírica y extravertida, una visión en la que se privilegió el instrumento de cuerda. Sabemos que Bach dominó y cultivó en igual manera retórica (¿no está su música religiosa llena de madrigalismos y de affetti?) y contrapunto. La emoción y el intelecto. Las formas musicales puras y las contaminadas por el sentimentalismo. En un extremo o en el otro o en cualquier punto a lo largo de la línea que éstos marcan, Bach es siempre un milagro.
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